L a obra del pintor valenciano Joaquín Sorolla y Bastida ha experimentado en las dos últimas décadas una revalorización historiográfica y económica extraordinarias, siendo muy pocos los artistas de su generación que disfruten de tal perspectiva y atención. Una exposición de Sorolla, aunque esté compuesta por sus peores obras, garantiza la peregrinación de un fervoroso público. Aunque no es este el caso de la presente muestra de Bancaja, que presenta aquí por primera vez los grandes lienzos de la Visión de España que Sorolla realizó para la Hispanic Society of America de Nueva York por encargo expreso de su fundador Archer Milton Huntington. Un hombre tan culto y erudito como millonario, que hizo de su amor a España el centro de su vida, convirtiendo el museo, que creo en 1904, en el monumento perenne y recordatorio de esta pasión. Sorolla firmó el contrato con el americano en 1911 finalizando la última de sus pinturas en 1919. Durante este tiempo viajó y pintó a un ritmo vertiginoso por toda España, desplegando una actividad agotadora que aceleró su muerte. El artista recorrió toda la geografía peninsular recaban do información y haciendo estudios. Acercándose en parte al espíritu del 98, quiere mostrar a las capas populares como depositarias de carácter nacional. Cuando recibió el encargo de Huntington se puede decir que Sorolla había cerrado el ciclo de sus grandes composiciones de ambiciones competitivas, y si antes había sido el pintor que marcó el camino a un buen número de jóvenes su manera había comenzado a ser cuestionada ya hacía 1906; en 1911 algunos críticos hablaban del respeto y veneración que su persona y obra despertaban, pero consideraban el luminismo como un reducto del pasado. En esta situación debía emprender los gigantescos paneles para la decoración de la biblioteca de la Hispanic Society. El pintor fue coherente consigo mismo, realizando unos lienzos pletóricos de luz y movimiento. Él no era un artista con inquietudes ni sensibilidad decorativa, pero tampoco Huntington quería una pintura decorativa pura, sino documentos palpitantes de la España que amaba, visiones populares e intrahistóricas. Sorolla representa a una España tópica y tradicional tomando como argumento el trabajo y la fiesta, lo ancestral y lo ritual. Huntington lo indujo hacia la escala de la desmesura, de los grandes formatos, teniendo que resolver complejas cuestiones de composición donde el acierto brilla, pero donde también se hace más patente el desacierto. Esas composiciones de la Hispanic, al margen de lo que en ellas representado, brillan por la excepcionalidad de su colorido, por la fuerza que expresan, por las sensaciones de movimiento que transmiten y por el ahondamiento de sus perspectivas. Sorolla puso toda su energía en un conjunto donde hay varias piezas magistrales. Entre ellas el colosal panel de Castilla, que preside la sala y es el eje de la composición, y del que en otra ocasión he hablado con respecto a él de una pintura de concepción casi fílmica, en cinemascope. Los grupos de figuras que avanzan hacia el espectador producen un efecto de gran panorámica, de una experiencia de proyección simultánea. Pero seguramente será unánime considerar como la pieza maestra del conjunto es La pesca del atún en Ayamonte, su último feliz trabajo de la serie, donde diría que Sorolla se revisa y actualiza a sí mismo a través del argumento del trabajo en el mar, de cuya interpretación era un maestro consumado, siendo, pues, la composición que condensa lo mejor de su trayectoria. Los amantes de la pintura encontraran detalles de interés en otras composiciones como el agua de las fuentes surtidores de los patios sevillanos. El palmeral de Elche, más por el paisaje que por las figuras, figura también entre estas grandes obras, al igual que El encierro con los garrochistas conduciendo el ganado entre unos espléndidos paisajes de chumberas y la vía del tren como eje de separación. El más luminoso de todos los paneles es el de Valencia, con ese ficticio cortejo de grupas, cirialots y naranjos a la sombra de la virgen de los Desamparados, que será quizás el realizado con más cariño. La geografía y lo humano se hace todo uno en buena parte de las composiciones y este es quizás unos de sus máximos atractivos.

Por feliz coincidencia de programación durante una par de semanas la exposición de Sorolla coincide con la del pintor granadino José María López Mezquita en el Carmen, el discípulo predilecto de Cecilio Pla. Cuando Sorolla recibió la medalla de honor en la Exposición Nacional de 1901 por Triste herencia, López Mezquita, para sorpresa de todos, recibía a los dieciocho años una primera medalla por su no menos emblemático lienzo Cuerda de presos. Andando el tiempo el joven artista continuaría la labor de Sorolla en la Hispanic Society, convirtiéndose en el hombre de confianza del fundador de ésta. Hoy podemos decir que Hutington se ha adelantado en llegar a Valencia un mes antes en el fantástico retrato que López Mezquita le hizo. López Mezquita era para muchos críticos y escritores el mejor retratista de su tiempo y esto fue algo que pronto capto el americano. Justo en el mismo año en que se abrían al público las salas de la Hispanic con los lienzos de Sorolla, exponía Mezquita en Nueva York bajo el patrocionio de Huntington y Alfonso XIII entre otros. Antes de partir Mezquita hizo el retrato de Huntington y su esposa, regresando con el encargo de realizar una serie de retratos de eruditos e intelectuales españoles. A los que siguen los de los presidentes e intelectuales americanos en el periplo de un año por toda Sudamérica. No quedaba mucho espacio en la Hispanic y López Mezquita, que era un consumado maestro en el gran formato, hubo de reducir su escala realizando magníficos retratos de personajes no siempre de aspecto agraciado. A estos encargos siguieron mas retratos y escenas de costumbres de Andalucía (Granada y Málaga), Castilla (Ávila, Salamanca), Valencia y Murcia. Huntington quería en realidad documentos etnológicos y como tal hay que entender varias de estas pinturas. El granadino montó un estudio en el Palmeral de Elche donde realizó muy felices composiciones. El otro estudio lo tuvo en Ávila. Si Hutington lo enriqueció también es cierto que en parte lo limitó. Artista de una gran sensibilidad hacia la naturaleza, fue López Mezquita quien se movió para que se declarase el Palmeral de Elche un espacio protegido. Durante la guerra civil, como tantos otros artistas españoles recaló en Valencia camino del exilio. Aquí tuvo tiempo de realizar el magnífico retrato de Azaña, ahora expuesto en el Carmen. En una de las últimas cartas a su mecenas americano la comenta que Azaña está encantado de que haga una réplica de su retrato para la Hispanic.López Mezquita personaliza muy bien la continuidad de los gustos del mecenas americano, y el tránsito del luminismo sorollista hacia una pintura más quieta y tenebrista que busca inspiración en lo permanente.

Si la Granadina pintada a los diecisite años demuestra su deuda con la escuela valenciana, el retrato de Hutington permite apreciar su evolución y maestría como un retratista elegante que insufla en sus modelos una extraordinaria vida interior. Es una lástima que ambas exposiciones no puedan coincidir más en el tiempo.

* Catedrático de Historia del Arte de la Universitat de València