El debate sobre las políticas de la prostitución está muy encrespado. Espero contribuir con esta aportación a hacerlo un poco más abierto y menos tenso. En la historia de la prostitución en todos los pueblos del mundo desde la antigüedad más remota hasta nuestros días (Pierre Dufour, 1852), este académico clasificaba la prostitución en tres formas históricas: hospitalaria, sagrada y legal o política. Oír ahora en el siglo XXI hablar de la prostitución hospitalaria y de la sagrada, puede resultar muy sorprendente, pero recordar su existencia viene bien para situarnos ante la complejidad de un fenómeno que, para entenderlo adecuadamente, se debe mirar desde sus dos caras: como práctica económica y como institución social. Ambas dimensiones no han dejado de cambiar y de adaptarse a los sistemas sociales dominantes y, por ello, hoy también se ve transformada por la mercantilización de todo, que impone el capitalismo financiero, y por la dinámica de la sociedad digital. La ideología individualista solo ve en la prostitución una transacción comercial, sin que tenga la menor relevancia el bien intercambiado y lo único que importe sea si «comprador y vendedor están de acuerdo en la transferencia» (Srinivasan, 2020). Es una relación privada entre dos sujetos iguales y libres.

Pero, como ya se ha comentado, hay otra dimensión: su carácter institucional. Siempre ha estado organizada, tanto formal como informalmente. Analizar la organización formal actual llevaría a hablar de la trata, de la prostitución de calle, clubes, pisos, agencias y plataformas digitales. Y estas modalidades se han de encajar en el campo más amplio de la industria sexual, a no ser que se quiera aplicar aquí un pensamiento mágico, que no aceptaríamos para entender otros fenómenos. La organización informal se capta mejor rastreando las regularidades estadísticas y sociales que la caracterizan y que resumiremos en los puntos siguientes:

1. En la práctica de la prostitución, la inmensa mayoría de las personas demandantes son hombres y la inmensa mayoría de las personas prostituidas son mujeres. La magnitud de este «hecho social» no solamente debe ser entendida como una diferencia cuantitativa sino como una distinción cualitativa. En ella se revela y expresa la desigualdad de género imperante en nuestra sociedad, no como un reducto arcaico sino como una recreación postmoderna.

2. En la inmensa mayoría de los intercambios, también la inmensa mayoría de las mujeres en situación de prostitución pertenecen a estratos sociales más bajos que los de sus demandantes, tanto en el nivel socioeconómico como en el cultural-educativo y, o bien, han sido forzadas a ello directamente (trata) o se han visto obligadas por circunstancias de vulnerabilidad y fragilidad personales o familiares, que se han presentado a la conciencia individual como insuperables. De nuevo, la excepcionalidad de ciertos casos no cambia el carácter fundamental del hecho, que expresa y revela la desigualdad de clase.

3. En una economía globalizada, se produce un desplazamiento y sustitución de las mujeres nativas (procedentes de migraciones internas desde el mundo rural a las ciudades) por las migrantes de terceros países, que pertenecen a zonas y familias en clara posición social de desventaja, pero que, además, sufren el estigma de la diferencia étnico-cultural. Esta particularidad refleja y expresa la desigualdad étnica.

4. Con elevada frecuencia, los hombres no solamente buscan mujeres más jóvenes que ellos, sino que, como señala el estadístico Christian Rudder, creador de la red de contactos Okcupid, tienen su ideal de belleza femenina anclado entre los 20 y los 23 años. Y como añade con ironía: «No hay muchos hombres de 50 años que triunfen buscando mujeres de 20» (Rudder, 2016: 44). ¡Excepto en la prostitución¡ Esta lógica de asimetría de edad, que hemos analizado en cientos de miles de valoraciones en Internet, tiene su expresión más sangrante en la explotación de menores, fenómeno creciente.

5. Existe una inercia histórica que lleva a interpretar el fenómeno todavía hoy, pese a su carácter institucional, a partir de las mujeres y no desde los demandantes y su (problemática) experiencia sexual. La persistencia de este patrón social tiene un carácter muy significativo, pues, como ya señalara Simmel, «considerada superficialmente la prostitución reúne rasgos de poliandría con rasgos de poliginia. Sin embargo, la ventaja que tiene aquel que proporciona el dinero frente al que proporciona la mercancía hace que sean los rasgos poligínicos, que conceden una enorme preponderancia al hombre, los que determinan el carácter de la prostitución» (Simmel, 2013: 449). La degradación moral se atribuye como estigma a las mujeres, pero es la demanda y poder masculinos los que definen su situación y el carácter de la relación.

6. Una perspectiva sociológica, sin embargo, no puede ignorar los fenómenos minoritarios. Por tanto, al estudiar sociológicamente la prostitución se debe tener en cuenta que no se agota en la modalidad heterosexual femenina. Existe también la prostitución heterosexual masculina, la bisexual y la transexual y la homosexual masculina. Resulta más difícil responder afirmativamente sobre la prostitución homosexual femenina. En principio, suele decirse que es rara y episódica y la búsqueda en Google así lo hace patente.

7. Aunque no existe una evidencia cuantitativa tan clara como en los primeros puntos de este listado, podemos sostener, y así queda corroborado por otros estudios, que la inmensa mayoría de las personas que venden sexo no quieren comprarlo y, de facto, no lo compran.

Además de estos hechos generales, hay uno específico de nuestro país. Durante los últimos 20 años se ha producido la extraña unanimidad de afirmar que España es el burdel de Europa y el tercer país del mundo con más prostituidores. En lógica correspondencia habría entre 300.000 y 500.000 mujeres en situación de prostitución. Ninguna de las encuestas y de las investigaciones hechas durante ese periodo permiten afirmar tal cosa. Es un bulo, «la diga Agamenón o su porquero» (como sentenciaría Antonio Machado). Por favor, mantengamos una conversación pública con datos más rigurosos.