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fortunadamente, la milonga de la germanor futbolística, parece que se ha acabado. Esta pamema de la fraternidad impostada entre los clubs de fútbol de Villarreal y Valencia y sus respectivas aficiones, fue un invento de cierto jefecillo de RTVV, en la época en la que Radio 9 consagró, a través de las ondas, la división del espacio común a todos los valencianos, en provincias radiofónicas. Tal vez para compensar ese absurdo separatismo, se pretendió que el fútbol uniera lo que los políticos y su emisora pública habían troceado.

Pero ese papel no le corresponde al fútbol, que es la sublimación civilizada de las guerras tribales entre pueblos vecinos. Nada hay, por tanto, más lejos de su esencia que pretender que sirva de vehículo de noviazgos y maridajes. Ese empeño tantas veces y en tantos otros lugares repetido, acaba convirtiéndose en una superchería. En el caso del Valencia, además, ese tipo de vacuas falsedades siempre le han costado caras. Recuérdese su comparecencia conjunta en la final europea de Paris, cogido de la mano del Real Madrid, en plan parientes, más que paisanos. Fue la sutil fórmula que utilizó el madridismo para desactivar la carga explosiva con la que debía afrontarse el partido. El consiguiente revolcón fue de alivio.

Con el Villarreal CF estábamos llegando a ese punto de avenencia, de la que el equipo teóricamente inferior, si es pícaro, sabe sacar partido. Tan es así que el Submarino amarillo se había convertido en uno de los rivales más directos del Valencia, rango por el que hay que felicitarle. Pero, alcanzado ese nivel, era la hora de tratarle como tal, en su condición de adversario y no de socio fraternal.

Eso fue lo que hizo el Valencia el domingo. Afrontar el partido con la seriedad que requería el Villarreal y tratarle como se merece: sin ningún tipo de sentimentalismo. Manuel Llorente acabó el partido con cara de compungido, dolido sin duda por el varapalo que acababa de recibir su amigo Fernando Roig, quien, por cierto, se llevó el triste consuelo de ahorrarse la prima extra con la que habitualmente ha venido obsequiando a sus jugadores cada vez que le ganaban al Valencia. El presidente del Villarreal, por su parte, finalizado el choque, fijó posiciones y replanteó objetivos. "Nuestra aspiración es la de permanecer muchos años en Primera". El recorte de humos es considerable. La realidad, que es así de dura, acaba imponiéndose.

Sus propios futbolistas, con Ernesto Valverde al frente, no escondieron la cara ni se parapetaron tras el error cometido por el árbitro en el penalti. El propio FR, en un gesto que le honra, evitó ese recurso fácil. Los jugadores y el entrenador ya actuaron así después de la eliminación copera a pies del Celta. Pisar el suelo, detectar los problemas que aquejan al equipo y asumirlos, es la mejor forma de comenzar a encontrarles solución.

Culpable. La prensa madrileña más sectaria ha inclinado el dedo pulgar sobre la cabeza del portero Gorka Iraizoz porque, en el cumplimiento de su deber, cometió la osadía de detener todos los remates de Cristiano, Kaká y demás intocables de Florentino. Parecen olvidar que a lo largo de los años, Iker Casillas ha incurrido en la misma vileza que el meta del Athletic, para satisfacción de quienes ahora se duelen por la derrota de San Mamés. A fastidiarse (con jota), tocan.