U n buen número de argumentos avalan el reconocimiento de la Copa de la España Libre ganada por el Llevant FC en julio de 1937 como un torneo oficial, equiparable como mínimo a la primera Copa del Generalísimo que el Sevilla luce en sus vitrinas con la consideración de Campeonato de España. Razones hasta ahora ocultas de manera interesada por cerca de cuarenta años de dictadura, olvidadas con el correr de los tiempos y que, en estos días de recuperación de la memoria sepultada, conviene rescatar. No sería honesto negar que la Copa de la España Libre fue una competición de nuevo cuño adaptada a las circunstancias de la guerra. Lo fue, con una serie de matices. Su novedoso formato combinaba liguilla y una final a partido único, un modelo que rompía con la organización previa del campeonato de España pero que se llevó a cabo de esta forma para asegurar un mes de fútbol en la retaguardia republicana ante la escasez de equipos. Y su organización corría a cargo de la Federación Valenciana de Fútbol, para lo cual contó con el apoyo tácito de Ricardo Cabot, secretario de una Federación Española que en octubre de 1936 había delegado en los organismos territoriales la capacidad de organizar torneos de carácter oficial, una evidente manifestación de la naturaleza federal del régimen republicano. El mismo régimen, legal y democrático, contra el que una parte del ejército, con respaldos de diversa índole, dio un golpe de estado el 18 de julio de 1936.

La Copa de la España Libre actuó en la práctica como heredera del campeonato de España, recogiendo el espíritu del torneo del KO que se venía disputando desde 1902: se inició poco después de la conclusión de la Liga y en ella participaron los equipos mejor clasificados en las competiciones territoriales, tal y como ocurría con el campeonato tradicional, con la salvedad del FC Barcelona, a la sazón de gira por México. Estaba previsto que también la jugasen el Hércules y el Murcia, pero estos quedaron imposibilitados para viajar ante el recrudecimiento de la guerra. Al final serían cuatro los equipos (Valencia, Llevant, Espanyol y Girona) que se disputaron la copa donada por el presidente de la República, Manuel Azaña.

Esta Copa, ninguneada por la RFEF en base a un informe torpe y pueril, plagado de contradicciones, redactado por el Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE), recibió en 1937 la consideración unánime de ser una nueva edición del campeonato de España. Con esta convicción por parte de sus participantes se disputó en la zona de España donde se mantenía la legalidad democrática. Como campeonato de España, con plena normalidad, informó de ella la prensa; por ejemplo, el diario El Mundo Deportivo, que, en la previa de la final, disputada entre el Llevant FC y el Valencia CF el 18-7-1937, introdujo el cuadro de todos los clubes que lo habían conquistado desde 1902. Sin ninguna duda de que estaba en disputa un Campeonato de Copa de España más, hicieron sus declaraciones jugadores, directivos y personalidades del fútbol, como Severiano de Goiburu, Luis Colina, Andrés Gallart o Gaspar Rubio.

Error de método. Las hemerotecas están abiertas y el segundo tomo de Historia del Llevant UD en las librerías para quien quiera contrastar sobre el papel estos y otros argumentos. El citado informe de la CIHEFE, que sirvió como base para que la RFEF negara la oficialidad a la Copa de la España Libre, incurre en un grave error de método: cercenar la legitimidad de la competición con argumentos que, aplicados a la Copa del Generalísimo, revertirían la oficialidad de este último torneo: la primera edición de la Copa franquista comenzó a disputarse durante la guerra, cuando la España republicana todavía contaba con el reconocimiento de las grandes potencias; en ella participaron selecciones militares no inscritas en los registros federativos y se excluyó específicamente a todos los clubes de la zona roja.

Más aún: el Racing de Ferrol, que alcanzó la final, actuó reforzado por jugadores que, ley en mano, pertenecían a otros equipos. Razones todas ellas que la CIHEFE y, por ende, la RFEF, han obviado en este caso y que, aplicadas de idéntica manera a la Copa de la España Libre, sirven a estos organismos como perfecta justificación para negar la oficialidad del trofeo que conserva el Llevant UD. El sesgo ideológico se hace más evidente, si cabe, al vislumbrar tras este informe la pluma de Félix Martialay, vicepresidente del CIHEFE. Este sesudo investigador del fútbol español, fallecido hace unos meses, fue hasta su muerte hace unos meses un ferviente propagandista de la causa de Franco. Sin duda, las flagrantes carencias y errores argumentales del informe de CIHEFE están estrechamente vinculadas con las convicciones políticas de Martialay y son impropias en un estado democrático que abandonó la larga noche franquista hace más de 30 años.

La historiografía franquista, a la medida del régimen, trató de borrar todo rastro de actividad futbolística en la España republicana (y legítima).

La RFEF no puede hacer seguidismo de este lastre como si la democracia no se hubiera instaurado nunca en España. No tiene sentido. Es una aberración y un agravio desmedido. Es casi como si negaran que durante la guerra una parte de España era republicana.

Eso, obviamente, sucedió. Y también existieron innumerables competiciones deportivas, como se demuestra más que sobradamente en el segundo volumen de Historia del Llevant UD. Nada pueden ni deben decidir, en definitiva, informes de organismos parciales que moldean el fútbol a su antojo, sin rigor ni ecuanimidad histórica. El lastre de casi cuarenta años de dictadura no debe ser óbice para que, ayudados por las herramientas del presente, seamos capaces de reconocer la oficialidad a una competición que se disputó, entre el sonido de las sirenas y las bombas, en el verano de 1937. Y que luce orgullosamente el nombre del Llevant FC como campeón.