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Miguel Indurain nunca se cayó de su bicicleta en su prolija trayectoria deportiva; tampoco su colega Lance Armstrong en su serie de siete éxitos en el Tour de Francia. Los grandes campeones viven rodeados de un halo especial que les hace inmunes, invencibles, siempre en simbiosis con su calidad innata y entrenada a base de horas y más horas en su deporte concreto.

Valentino Rossi (Urbino, 16 de febrero de 1979) era uno de esos especímenes que jamás se quedaba en el asfalto sin levantarse en un deporte proclive a los accidentes, las lesiones, las fracturas y los períodos de inactividad. A Rossi todo eso le sonaba a ciencia ficción. Hasta ayer. Una caída en una sesión de entrenamientos –quizás con menor tensión que la la carrera dominical– y cuando ni siquiera estaba abriendo gas para marcar el mejor tiempo, convirtió al expresivo italiano en vulnerable. A pesar de otras caídas pretéritas, en la de ayer en «su» archiconocido Mugello –debe tener el récord mundial de giros completados en su perímetro– su pierna derecha no dejó recobrar la verticalidad. Un «crack» doloroso tanto física como anímicamente que le elimina por primera vez en su ya extensa carrera deportiva sin poder estar en la parrilla de salida de un gran premio. La de hoy en Mugello, al norte de Florencia, tendrá una sombrilla menos e igualmente las de las siguientes citas del resto de la temporada, tras la valoración de Roberto Buzzi, el médico que le operó ayer de urgencia a un «dottore» que cambió inesperadamente de papel en un santiamén.

Rossi se pierde de esta forma las quince pruebas restantes del calendario 2010 y que, como de costumbre, se cerrará en el Circuit Ricard Tormo de Cheste. Quizás el mítico 46 asista a la carrera y posteriormente a la habitual gala de entrega de trofeos finales. Sería un ilustre encargado de dar el relevo en el palmarés a su sucesor.