Hasta la fecha, el único futbolista que ha ganado dos mundiales con selecciones distintas es Alfredo Di Stéfano. Campeonó con Argentina en Suiza 54, imponiéndose a la mejor Hungría de todos los tiempos, y más tarde alzaría el título con España en Suecia 58, derrotando a Brasil y anotando 14 goles en la fase final. Un récord que no ha vuelto a ser jamás igualado. España tampoco ha vuelto a ganar ningún Mundial, desde entonces.

Otro episodio histórico se produjo en Inglaterra 66. El combinado anfitrión fue vapuleado en octavos por Irlanda del Norte, con dos tantos de George Best. Dos goles en los que el primer futbolista pop sacó a relucir su habilidad con el regate y remate de zurda, corriendo con los puños cerrados, su incorregible estampa. Irlanda del Norte fue eliminada por Portugal en la siguiente ronda pero aquella noche, la de la capitulación inglesa, los fuegos de artificio sustituyeron a las balas en los suburbios católicos de Belfast.

Toca viajar hacia España 82 para recordar el magisterio en la dirección del juego alemán de un joven rubio, bigotudo y con mucho carácter, llamado Bernd Schuster. Bajo su mando, Alemania fue superando todas las trabas: a la Brasil de Zico, a la Argentina de Kempes y en la final a la Italia de Paolo Rossi. Imborrable para la posteridad queda la imagen del presidente italiano, Sandro Pertini, llorando en el palco de Chamartín.

En México 86 asistimos a otra rareza estadística. Zimbabue se había clasificado por primera vez y entre sus filas destacaba Bruce Grobbelaar, el carismático y vehemente portero del Liverpool. En el segundo partido de la liguilla, Grobbelaar atajó tres penaltis a Diego Armando Maradona, valiéndose de una ridícula danza previa con la que desquiciaba a todos los pateadores. Precisamente, luego de desviar el tercer penalti, Grobbelaar no pudo reprimirse y le sacó la lengua burlonamente a Maradona, originándose una espectacular trifulca que acabó con el meta y el Pelusa sancionados para el resto del torneo.

Liberia se ganó el corazón de los aficionados en Italia 90. La diminuta nación africana, desangrada en una interminable guerra civil, emocionó a los espectadores con los goles de su delantero George Weah, de 24 años. Especialmente bello fue el que anotó en octavos de final ante Francia, al dejar atrás en un elegante eslálom hasta a cinco contrarios galos. La contienda llegó a los penaltis. Con todo el estadio Luigi Ferraris genovés animando a los liberianos, fue Francia quien pasó a cuartos de final.

El Mundial de EE UU 1994 caló entre la escéptica hinchada yanqui con la celebración, teatral y desafiante, de los goles de Eric Cantona. El mediapunta francés se pasó medio torneo intercambiando delicatessens retóricas en la prensa con el inglés Gascoigne. Su talento apareció en los momentos decisivos, formando una gran pareja atacante con Ginola. En la final, jugada bajo una tormenta perfecta, un golpe franco de Eric dio el título a Francia ante Brasil.

Todos daban por descartada de antemano a Gales en Alemania 2006. La presencia en sus filas de Ryan Giggs, el fino extremo zurdo del Manchester United, no se antojaba del todo amenazante, con la mayoría de nombres amateurs que completaban el plantel del combinado británico. En el hotel de concentración se hablaba más de rugby que de fútbol. Pero con Giggs, y mucho pundonor, Gales sorprendió a una adormecida España en el encuentro inaugural (1-2), derrotó a Rusia y empató ante Nigeria. En octavos se deshizo de la correosa Turquía con un gol olímpico en un saque de esquina de Giggs, quién si no. No sería hasta cuartos de final cuando cayó, no sin polémica, ante Italia. El colegiado indonesio no sancionó como penalti una soez patada de Materazzi a Giggs, que acabó con el atacante en un hospital berlinés.

A estas alturas del artículo deben estar perplejos o indignados. Es verdad, nada de lo que les he contado es cierto. Ni Di Stefano, ni Best, ni Schuster, ni Grobbelaar, ni Weah, ni Cantona, ni Giggs han disputado jamás un Mundial. A algunos de estos formidables jugadores les traicionó una lesión, a otros su volcánico carácter -poco recomendable para una larga convivencia en grupo-. Los demás, sencillamente, nacieron en pequeños países con selecciones enclenques. Aunque sólo sea por gratitud hacia los buenos ratos de fútbol que brindaron, era necesario fabular otra historia de los mundiales, en su honor.