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Mucho le ha costado al fútbol, al "soccer", cobrar importancia en Estados Unidos. El deporte rey en el resto del mundo estuvo durante décadas a la sombra de los "cuatro grandes": béisbol, fútbol americano, baloncesto y hockey sobre hielo. Pero tras el Mundial de 1994 en tierras norteamericanas, el "soccer" experimentó un fuerte impulso: desde entonces no han faltado a ninguna cita mundialista. Es más, en Corea-Japón, en 2002, alcanzaron los cuartos de final.

La proyección internacional del fútbol estadounidense alcanzó su punto álgido cuando la pasada Copa Confederaciones la selección apeó a España e Italia del torneo, vigentes campeonas de Europa y del Mundo respectivamente. Estados Unidos jugó la final pero la experiencia pudo más que la garra y Brasil se llevó el trofeo pese a que los norteamericanos se adelantaron 2-0. Hasta el siglo XXI, los grandes éxitos de la selección se habían limitado a la mítica victoria en Belo-Horizonte, cuando un combinado compuesto por jugadores amateurs y semiprofesionales consiguió vencer 1-0 a la entonces "invencible" Inglaterra. Tras el resultado del pasado sábado, en que entre ambas seleccione se dio un sorpresivo empate a uno -Green mediante-, el fútbol estadounidense confirma que está viviendo su momento dorado. Tanto es así que antes de viajar a Sudáfrica el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, despidió a la selección y aseguró sentirse "increíblemente orgulloso" por el trabajo del equipo.

Sin embargo, queda mucho por andar en el fútbol estadounidense. La MLS, la liga local, no deja de ser una competición secundaria. Como mucho, equipos como Los Ángeles Galaxy o Red Bull New York pueden ofrecer un retiro dorado a grandes estrellas europeas -es de todos conocido el periplo "angelino" de David Beckham-. Los grandes deportes en Estados Unidos siguen siendo los que son, los que semana a semana congregan a millones de norteamericanos cerveza en mano, tal como mandan los clichés, para ver a sus equipos favoritos. No en vano, tal como se puede ver en las imágenes que acompañan a estas líneas, el contraste entre el apoyo que el público ofrece al fútbol y el que ofrece a los otros cuatro grandes es notorio -en este caso, durante la recepción de los Chicago Blackhawks tras la consecución de la Stanley Cup de hockey sobre hielo-. Es Estados Unidos un país de tradiciones, de gente orgullosa de su historia y sus mitos y leyendas. Y en ese contexto entran eventos inseparables de la idiosincrasia norteamericana como, por ejemplo, el fin de semana del "All-Star" de la NBA, la final de la "Superbowl". Es esa la principal barrera que ha de romper el "soccer": el apego a las tradiciones.

Eso sí, y ya es una victoria lo suficientemente importante, lejos quedan los tiempos en que a los norteamericanos sin ascendencia europea había que explicarles las reglas básicas del fútbol. Ya no es únicamente un deporte de inmigrantes, de italianos, irlandeses u holandeses afincados en las barriadas exteriores de las grandes ciudades con puerto. Poco a poco el fútbol entra en los porches de todo el país. "Yes, we can", que diría el presidente.