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i yo estuviera en Afganistán, me recrearía en que la situación del país es catastrófica. De anunciar una atmósfera anodina, sería repatriado de inmediato. Si yo estuviera en Sudáfrica, insistiría en que España va a ganar el Mundial, para mantener la ficción de que mi desplazamiento tiene sentido.

A miles de kilómetros del epicentro de la catástrofe, la situación se contempla más desinteresadamente. Suiza ha sido un desastre irreparable, y Honduras no redimirá a los españoles, que han de resignarse a caer ordenadamente en octavos.

Las manifestaciones posteriores al España-Suiza son más preocupantes que el partido, por la obcecación en cantar unas presuntas virtudes que no aparecieron sobre el césped. La idealización del ser amado se acentúa cuando te ha abandonado, no hablaremos todavía de traición. La evasiva más dolorosa anuncia que el empate hubiera sido el resultado justo -¿conoce alguien en Europa a cinco titulares suizos?-

España carece de un solo motivo para aventar su orgullo. Si Suiza marca un gol y hace un poste en tres disparos a puerta, ¿qué hubiera sucedido ante una delantera poderosa? Del fútbol sólo queda el resultado, el Inter es un digno vencedor de la Champions porque la ganó, y nadie reprochará a Argentina que ayer abriera el marcador con un autogol de Corea del Este.

Prepotencia es la palabra que se soslaya al comentar el España-Suiza. Y sin embargo, los españoles parecían jugar con gafas de sol, menospreciaron al rival y acumularon una veintena de lanzamientos estériles a balón parado.

Indemnizarnos con una goleada a Honduras es una broma pesada. Sin olvidar que Suiza salió a soñar con el empate, pero a los hondureños sólo les vale la victoria.

España está tan desesperada como Honduras. Quienes disientan porque mantienen sus expectativas intactas, que pongan el dinero donde tienen la boca, y que apuesten sus euros a esa hipótesis. La única culpable del España-Suiza no es la abúlica Sara Carbonero, sino la Liga de mentirijillas que Madrid y Barça disputan con 18 comparsas, y que les ha llevado a fracasar en la Champions y ahora en el Mundial. Un mes no da para superar el estado de ansiedad.

El objetivo ya no es vencer, sino sobrevivir. Y regresar a casa antes de que sea demasiado tarde.