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orría la media hora de la segunda parte del Francia-México y un delantero mexicano se internó como una bala en el área rival. Al corte salió Abidal, que, descentrado como su equipo, llegó tarde. El árbitro decretó penalti. "¡Para mí no es penalti!", exclamó, de inmediato, sin que nadie le pidiera opinión, el narrador de Cuatro. "¡Se ha tirado claramente!", apostilló su colaborador, siempre atento al sentir del jefe. Tres repeticiones más tarde, el penalti se reveló como monumental. Salvo hacer uso de una metralleta, Abidal hizo todo lo que un defensa puede hacer para arrollar a un contrario. La gente de Cuatro, sin embargo, continuó sin ver la pena máxima. Sólo tras la cuarta repetición, el menos jefe de los dos se atrevió a decir: "bueno, ahora tengo mis dudas".

Vivimos en un país en el que reconocer un error es algo casi inimaginable. Si el gobierno, en la cúspide de nuestro sistema institucional, continúa achacando los problemas de nuestra economía a "la situación internacional", ¿por qué tenemos nosotros que asumir que, en ocasiones, no acertamos? Eso pasó con los, por otro lado amenos, comentaristas de Cuatro y me temo que eso está sucediendo con Del Bosque en su análisis de lo que sucedió contra Suiza. El seleccionador, lejos de aceptar que equivocó el planteamiento, insiste en que su estrategia es la correcta porque le ha dado resultados tanto en su trayectoria al frente de la selección como en el propio partido en cuestión. Se aferra a la posesión del balón y al número de veces que España remató a portería para apuntalar su argumento. Cerril, como tantos otros, es incapaz de sobreponerse a su propia soberbia.

Tanto él como sus muchos palmeros -fue un estupendo relaciones públicas en sus años en el Real Madrid- parecen ajenos a dos circunstancias nada desdeñables. La primera es que el sistema de Del Bosque, que incrusta en el heredado de Luis Aragonés a un centrocampista estático como Alonso junto a otro que también lo es como Busquets -cuando no recurre al viejo recurso de los extremos que nunca le ha servido a España para nada-, ha funcionado en la fase de clasificación para el Mundial. Allí donde también triunfaron Clemente, Camacho, Suárez, Sáez y compañía. Pero, de momento, ha fracasado en las citas importantes: perdimos la Copa Confederaciones y perdimos contra Suiza. De momento, la única manera de jugar que nos ha sido útil en el último medio siglo es la que inventó Luis, la misma que se niega, de nuevo por soberbia, a utilizar Del Bosque. Que se aferre a los supuestos disparos a puerta resulta, si cabe, más pueril. Todavía desconocemos las habilidades del portero suizo, que apenas tuvo que intervenir en una acción aislada de uno de nuestros centrales, habida cuenta de que nadie fue capaz de ponerle en el más mínimo aprieto y de que los centros de Navas terminaban de manera irremediable en el pecho de los defensas de Suiza. Lo único que nos queda, pues, es la posesión del balón, algo tan inútil como echarle la culpa a la mala suerte de nuestras desgracias.

Así las cosas, lo último que nos faltaba por escuchar es que Luis Aragonés no puede expresar su opinión sobre el juego de España. Si alguien en este país tiene galones para hacerlo es él. Porque Luis nos sacó de la mediocridad en la que siempre nos habíamos movido.

La misma hacia la que apunta esta España que Del Bosque ha sacado del camino con el único objetivo de poder decir que él también hizo su aportación. Está a tiempo para rectificar. Esperemos que, al menos "ahora tenga sus dudas".