Si hay que explicar con una palabra el GP de Europa en términos sociales, esa es la "ferrarización" definitiva de las gradas, que aparecieron teñidas casi absolutamente de rojo. La militancia de Fernando Alonso en el equipo Ferrari casi agotó las existencias de la marca en las tiendas que instaló en los alrededores del circuito. La empresa del Cavallino triunfó más que nunca entre los espectadores: Camisetas, gorras y hasta pantalones de la escudería italiana fueron la vestimenta general de los aficionados, con mayoritaria representación valenciana. Lógicamente, la bandera de España fue la más vista en las gradas, el complemento de numerosos espectadores vestidos de rojo. Algunos aprovecharon la coincidencia del color de la selección española de fútbol y acudieron a la grada con la camiseta de la Roja, tan vista estos días por las calles por la trayectoria de España en el Mundial.

La alegría de la marea roja, sin embargo, duró poco. Concretamente, hasta que el coche de Webber voló por los aires. Los gritos de ánimo de los aficionados al paso de Alonso, y no tanto de su compañero Felipe Massa, por cada curva y recta del trazado, se suavizaron una vez cambió radicalmente la situación de la carrera, aunque después intentaron empujar al asturiano para que adelantara posiciones. Una pena. Como dijo Alonso al término de la carrera, el principal perjudicado de la trampa de Hamilton fue el público.