En la película «Los sobornados», una obra maestra del cine negro dirigida por Fritz Lang, el honesto sargento Bannion interpretado por Glenn Ford investiga el suicidio de un compañero destapando una espesa red de corrupción dirigida por Mark Lagana, el jefe de la delincuencia local. Mientras busca pistas en un bar, Bannion interroga al camarero, un tipo aborrecible que está compinchado con los malos. El camarero contesta a las preguntas pero sus respuestas no convencen al sargento, que antes de irse escupe estas palabras: «Deberías trabajar en la radio: hablas mucho y no dices nada». Bannion es injusto con la radio, pero todos entendemos lo que quiere decir. Se puede hablar mucho y no decir nada. Mourinho, por ejemplo, habla mucho, muchísimo, habla una barbaridad, pero no dice nada. Es decir, no dice nada interesante para los que sólo queremos ver fútbol.

Imagina que no existe el cielo, imagina que no hay países, imagina que no hay posesiones... Si John Lennon hubiera añadido a la letra de su inmortal «Imagine» una referencia al fútbol, estaría relacionada con el hablar mucho y no decir nada. Imagina que no hay ruedas de prensa después de un partido, imagina que los entrenadores se limitan a hablar del fútbol que se ve, imagina que a nadie le importa lo que Mourinho tenga que decir acerca del universo microscópico en el que vive. Es fácil si lo intentas. Un mundo sin Mourinho intentando ser el centro de atención las veinticuatro horas del día. Un mundo en el que los telediarios no tengan a Mourinho como estrella invitada todos los días del año. Un mundo en el que sólo hable la pelota. ¿Una utopía? Prefiero pensar que es una verdad prematura. Puede que sea cierto que la insoportable arrogancia del entrenador del Real Madrid sea una estrategia para mantener a sus jugadores libres del acoso de los medios. Pero puede que no sea cierto.

Como decía Gottlob Frege, el padre de la lógica moderna, el ojo es muy superior al microscopio, si consideramos el alcance de su aplicabilidad o la flexibilidad con que se acomoda a las más distintas situaciones. Sin embargo, el ojo como aparato óptico tiene muchas imperfecciones, de las que apenas nos damos cuenta. Desde luego, el ojo se muestra insuficiente cuando se trata de responder a las exigencias de precisión que plantea la ciencia; el microscopio, en cambio, está perfectamente adaptado a tales tareas, pero es inaplicable a todas las demás. Mourinho confunde las tareas propias del microscopio con las del ojo. Como utiliza el microscopio para todo, todo lo ve sin la necesaria flexibilidad. Como ve a través del microscopio todas las preguntas que le plantean sus respuestas son inevitablemente marcianas a los ojos de los aficionados. Como no entiende que mientras los demás vemos el fútbol con los ojos él lo hace sin bajarse de su burra microscópica, cree que todo el mundo es tonto menos él.