Dicen que en las trincheras no hay ateos, y que todo ateo que tiene una experiencia al borde de la muerte cambia de opinión y se convierte en creyente. En fútbol, lo más parecido a las trincheras son los puestos que están justo por encima de la zona de descenso, y lo más parecido a una experiencia al borde de la muerte es pasar una semana en zona de descenso. Es decir, que ahora mismo el Sporting está luchando en las trincheras de la Primera División, mientras que el Racing, el Zaragoza y el Deportivo están pasando por una experiencia al borde de la muerte. ¿Ha disminuido el número de ateos filosóficos en Gijón? ¿Ha aumentado el número de creyentes en los dioses del fútbol en Santander, Zaragoza y La Coruña?

El filósofo A. J. Ayer anunció un cambio en su postura atea después de salir (con vida, se entiende) de una experiencia el borde de la muerte, aunque también es cierto que el padre del positivismo lógico volvió a rectificar días después y dijo que su experiencia al borde de la muerte no había debilitado su creencia en que no hay vida después de la muerte, sino su actitud inflexible ante la fe. Como le sucedió a Ayer, me parece que los aficionados que viven en las trincheras o pasan por el trance de ver a sus equipos en zona de descenso no pasan a creer que hay vida después del descenso (ya saben que la hay, y se llama Segunda División), sino que relativizan sus opiniones acerca de la importancia de jugar en Primera División. En las trincheras de Primera División y en las experiencias cercanas a la muerte de la zona de descenso no hay crisis de ateísmo, sino un sereno (aunque a veces gritón) replanteamiento de actitudes inflexibles ante la fe en la permanencia. Al menos, en la sexta jornada de Liga.

Cuando queden tres o cuatro jornadas para el final de la Liga, todo cambiará. Las trincheras se llenarán de rezos nerviosos, de entrenadores salvadores como Clemente, de desesperadas primas a terceros, de promesas, promesas, promesas, promesas. No volveremos a hacerlo. Nos portaremos bien. No ficharemos a lo tonto. No pagaremos millonadas por jugadores que sólo eran corazonadas. Por favor, por favor, por favor. Seremos buenos. Pero que ese obús no nos envíe al infierno de Segunda División. Que esta experiencia cercana a la muerte sea sólo un mal sueño, una pesadilla, una siesta demasiado larga, una indigestión, un desmayo. Cualquier metafísica es una tontería, decía Ayer antes de verse a un palmo de la muerte, y todos los metafísicos son unos vulgares charlatanes. Toda metafísica futbolística es una tontería, y todos los metafísicos que hablan de fe y de matemáticas (que en fútbol es el último clavo ardiendo al que se agarran los que están al borde del abismo) son unos vulgares charlatanes. En este fin de semana sin Liga, las trincheras de Gijón y las experiencias cercanas a la muerte de Santander, Zaragoza y La Coruña conseguirán que en las tertulias futbolísticas nadie se crea más fuerte que la muerte. Pero, dentro de unos meses, el sano escepticismo de las aficiones dará paso a la histeria metafísica, a la búsqueda de salvadores, a la deificación de las matemáticas y a los golpes de pecho.

En las trincheras futbolísticas se vive como se sueña: solos. Y si en las experiencias al borde de la muerte lo mejor es confiar en los cirujanos, neurólogos, anestesiólogos, enfermeros, cocineros, celadores y demás, en las experiencias cercanas al descenso no hay nada como confiar en lo que hay y no echarse en brazos de magos, adivinos, vendedores de elixires milagrosos ni, mucho menos, seguir las recetas de otros que han salido con vida tras una experiencia parecida. La Segunda División está llena de equipos que ganaron la fe perdiendo la categoría.