Cuenta la tradición que la primera vez que se saltó el Gran Taxi, ni un solo caballo lo pudo superar. Había nacido el mito del Velke Pardubice. Y el pasado fin de semana llegó a su edición número 120. Después de casi siete kilómetros de recorrido y una treintena de obstáculos, mil giros y varias caídas, el caballo «Tiumen» fue a llevarse la victoria por menos de una corta cabeza y su jinete, Josef Vana, que de tan mayor que es ha competido hasta contra su hijo, cruzó la línea de ganadores por séptima vez.

Varias son las características de esta prueba, que se disputó en 1874 (se canceló durante las grandes guerras y por la invasión soviética de 1968), que la hacen única. Una de ellas, el recorrido. Nada de una alfombra verde como en esos hipódromos británicos llenos de pamelas y petimetres. Aquí, los caballos galopan entre bosques, en medio de campos arados y sortean un par de veces una ría que es, realmente, un arroyo natural.

Pero son los obstáculos lo que más subyugan. El más importante te lo encuentras a la primera de cambio y es el Gran Taxi. Y eso que ya no es lo que era. Antaño era un seto de altura inalcanzable, tras el cual había una zanja tan larga como profunda. Aún así, todavía asusta: primero hay que saltar 1,52 metros (para entendernos, una altura equivalente a los brutales obstáculos del Global Champions Tour de saltos, pero lanzados a un enloquecido galope) y otros metros tanto a lo ancho. Así es el seto. Y detrás hay una zanja de cinco metros de largo.

Un obstáculo imposible que, con el paso de los años, ha ido suavizándose para no repetir las tantas veces repetida escabechina. De hecho, las asociaciones proteccionistas consiguieron rebajarlo, ya que hasta primeros de los noventa del siglo pasado se había cobrado la vida de más de veinte caballos.

Hay, sin embargo, otras dificultades de toma pan y moja. El Salto del Inglés, la valla de Havel, el Banco Irlandés o el Salto de Popkovice. Pomposos nombres para algunas de las perlas. Este último, por ejemplo, se salta desde un sembrado y obliga a un giro brusco antes de encarar otro foso. Los obstáculos son, además, variados como en ninguna parte del mundo. Badenes de sube y baja, muros, setos que, una vez superados, te llevan a otro apenas a un tranco de distancia. Y, por si fuera poco, un recorrido que es campo a través y que se va entrecruzando, con lo que en alguna que otra ocasión los jinetes se han equivocado de camino y han arrastrado al resto del pelotón.

No puede participar el primer penco que por ahí pasaba. De momento, hay que tener siete años como mínimo y, en el caso de los caballos checos, haberse ganado la participación en alguna prueba clasificatoria previa de las que hay en el calendario. Los jinetes también deben acreditar unos mínimos de carreras ganadas.

En ocasiones apenas han entrado tres caballos en la línea de meta. En la presente edición fueron trece. Sorprendentemente, bastante más de la mitad de los que tomaron la salida.

«Para ganar el Pardubice, el caballo debe ser bueno, estar en forma, ser bien llevado, obedecer al jinete... y sobre todo, tener suerte» asegura uno de los preparadores locales que cuenta con un ganador en su palmarés. Además de sobrevivir al Gran Taxi.