A lo largo del complicado camino que, en mayo de 1980, le condujo a ganar en Bruselas su tercer título europeo, el Valencia también tuvo que pasar, como ahora, por Ibrox Park, para jugársela, a todo o nada, frente al Rangers. En Mestalla, en el primer partido de octavos de final, los escoceses habían empatado a uno. Por tanto, la eliminatoria se había puesto cuesta arriba, muy complicada. Por aquellos días, el equipo no andaba fino en la liga y la cabeza de Alfredo di Stefano comenzaba a tambalearse. El técnico estaba a la greña con el presidente, su compadre Ramos Costa, un mandatario muy intervencionista, que acostumbra a componer equipos ideales en su mente. Luego, si sus pensamientos no se ajustaban con la realidad, se lo hacía saber al entrenador de turno. Era un toque de atención que algunos técnicos asumían ... y a otros le costaba el cargo. No daremos nombres, por ahora.

Aquel año, Ramos había apostado fuerte con el fichaje del alemán Rainer Bonhof, un mundialista con más fama mediática que rendimiento práctico, y de mas fuerza que toque. Es decir, el tipo de futbolista que no cuadraba con los principios filosóficos de Di Stefano. En ese contexto, el desplazamiento a Glasgow se presentaba como un viaje al infierno, donde el Valencia iba a ser víctima propiciatoria de la fogosa furia escocesa.

Allí, la víspera del partido, Di Stefano recibió en el hotel la visita de un antiguo compañero suyo en el Millonarios de Bogotá. Era un escocés llamado Bobby, que no hablaba ni papa de castellano. Lo mismo le ocurría a Alfredo con el inglés, lo cual no era óbice para que éste requiriera de aquel la explicación de cómo jugaba el Rangers en su campo. Al final, un joven periodista tuvo que hacer de intérprete entre ambos. Conocedor, por fin, de los secretos tácticos del rival, esa noche, Di Stefano tomó una decisión muy arriesgada: prescindir de Bonhof y Solsona y alinear a dos jóvenes que prometían: el extremo Pablo y el interior Subirats. Aquella noche, a la medía hora de partido, la caballerosa afición de Ibrox Park -nada que ver con las temerarias huestes que nos habían pintado- silenciaba sus cantos, acallada por el recital de fútbol del Valencia. 3-1, fue el contundente resultado final. De manera que el supuesto infierno se transformó en paraíso para el Valencia y, tras el espectacular triunfo, Bobby y Alfredo ya no necesitaron interprete. Al contrario: ante sendos vasos de agua de fuego escocesa, se entendieron a la perfección. Ramos Costa se tragó, momentáneamente, su orgullo. Pero al año siguiente, Alfredo di Stefano, pese a haber ganado la Recopa europea, fue destituido. No le perdonaron su revolución en Ibrox Park.