No se sabe si será el azar, o tal vez la necesidad. El caso es que en los momentos mas críticos, cuando todo, la vida, el porvenir y hasta la misma historia, pende de un cordel que se está deshilachando, suele aparece un elemento desencadenante del efecto contrario, que ataja el caos, restaña heridas y canaliza procesos. Entonces se da esa difícil circunstancia cósmica que situa a la persona apropiada donde debe de estar, y en el momento oportuno. De manera que lo que parecía un fatalismo inevitable se reconvierte, de pronto, en milagrosa realidad.

Eso es lo que le sucede al Valencia CF en el verano de 1986, al cruzarse en su camino Arturo -don Arturo- Tuzón. El club acaba de vivir el episodio mas oprobioso de su historia: su único descenso de categoría. Y, además, está endeudado hasta las orejas. De los 100 millones de pesetas que se ingresan por el traspaso de Roberto Fernández al Barça, la mitad se destinan a liberar los créditos con los que algunos directivos habían avalado a la entidad. El resto, apenas da para saldar las deudas contraídas con jugadores y altos empleados. El panorama es desolador. Los prohombres de la ciudad, miran disimuladamente hacía otro lado, sin atreverse a dar un paso adelante. Es entonces cuando aparece desde La Vall d'Uixó un ignoto empresario, reconocido en los ambientes de la "pilota", pero nada frecuentador de los mentideros futboleros. Se trata de Arturo Tuzón, que le echa valor y carga con el marrón. Es un señor serio, que implanta rigor presupuestario y, de la mano de Roberto Gil, su nuevo secretario técnico, también racionalidad deportiva.

"El Valencia será lo que los valencianos quieran que sea" proclama el nuevo mandatario. Y los valencianistas, que habían ido desertando poco a poco de Mestalla con los anteriores dirigentes -se pasa de 23.000 socios en 1980 a 16.000 en 1986- avalan a Tuzón y su equipo, de manera que en 1987, pese a haber militado en Segunda, la masa social vuelve a elevarse a 20.000. El pasivo que se arrastra comienza a enjuagarse. Esa temporada, el presupuesto ya arroja un superavit de 120 millones. Y el quipo regresa a Primera tras una campaña triunfal en Segunda, de la mano de Alfredo Di Stefano. El milagro se ha obrado. Al borde del hundimiento, Tuzón ha rescatado al Valencia.

Bajo su apariencia bonachona, don Arturo, todo un carácter, timoneó con guante de seda pero con puño de hierro. No consintió que nada ni nadie le extraviara el rumbo. Pese a las sonadas infidelidades y las vergonzosas trapacerías de alguno de sus hombres de confianza, la sensatez, virtud de escaso predicamento en el fútbol, imperó con él al frente del VCF. Le sacaban de quicio los "tarambanas", como el definía a esos botarates que tanto abundan en el fútbol y sus alrededores. Se fue hastiado de ellos y de la ingrata malicia de una grada manipulada,

Hasta hace bien poco, aun era posible charlar con él cada tarde, cuando daba el consabido paseo por la Gran Vía -Marqués del Turia, claro- junto a su mujer, tras haber tomado café en Aquarium con los amigos. Desde ayer, el Valencia, desgraciadamente, ha perdido un referente de sensatez, que aportaba luz en los momentos críticos. ¿El mejor presidente de su historia? Tal vez le faltaran los títulos deportivos para alcanzar ese galardón. Pero, desde luego, sin él, no se hubieran ganado los posteriores, porque evitó que la entidad se fuera a pique. El VCF aún está en deuda con él.