Suelta los duros. Esa es la primera cantinela de la grada de Mestalla que recuerda una generación como la mía que empezó a beber los vientos por el Valencia en la niñez de los años ochenta.

Arturo, suelta los duros. El cántico de nuestra inconsciencia martilleaba la figura de un presidente que reconstruyó el Valencia pedazo a pedazo tras la humillación del descenso. Queríamos el fichaje de Romario y, de paso, demostrar al planeta fútbol que habíamos vuelto. Y que estábamos dispuestos, de nuevo, a ser grandes aunque fuera a base de chequera.

Suelta los duros. Y la injusta melodía, coreada multitudinariamente de forma espontánea, pero iniciada con premeditación, se fue incrustando en cada peldaño de Mestalla hasta hacer el aire irrespirable para quien recompuso el puzle del Valencia a base de sudar cada punto y cada céntimo.

Arturo, suelta los duros. Y Tuzón acabó cambiando la presidencia por la discreción para que el tiempo hiciera su trabajo. El reloj, como siempre, fue marchitando todas aquellas flores de un día, mientras otorgaba cuerpo y valor al buen vino del trabajo de siempre, al valencianismo hondo, al hombre de honor, al caballero que nunca renuncia a su palabra.

Arturo Tuzón se ha ido ahora del todo. Deja al valencianismo sumido, de nuevo, en un mar de dudas, ahogado, otra vez, en un océano de deudas y deseando que llegue otro Arturo que vuelva a velar por nuestra pasión blanquinegra aunque tenga, como un buen padre, que cargar con nuestra incomprensión momentánea.

Descanse en paz Arturo Tuzón, don Arturo.