Señala Unai Emery con buen tino que José Mourinho es un llorón. ¡ A ver qué remedio le queda! Motivos para la alegría no tiene muchos. El portugués observa, perplejo, como el sombrajo se le está viniendo abajo porque, tras el manotazo (guantazo, más bien) que recibió en el Camp Nou, su equipo, que al principio apuntaba maneras, ha ido decayendo. A pesar de que presenta unos números espectaculares y está tan sólo a dos puntos del liderato, la comparación con el Barça resulta desoladora para el Madrid. Ya puede Mou estrujarse las meninges para desviar la atención hacia otros objetivos: árbitros, Valdano, refuerzos... Cada partido del Barça, se le vuelve en contra. Aunque el Madrid gane, el fútbol seductor de los azulgranas le va restando crédito. Por contra, la imagen avinagrada de Cristiano y compañía, les denigra. En cuanto llegue el primer tropezón, que a este paso no tardará, Mourinho sabe que le van a tirar a la yugular. Por eso trata de protegerse de antemano. El madridismo clásico, desde las portadas más friquis a los analistas mas barbudos, está que echa fuego por las fauces. Les faltaba lo del tal Herrerín, imagen del Madrid rancio de toda vida, vilipendiado por un ayudante de Mou, que simboliza la modernidad. Pero, por culpa de Pep Guardiola, ese futuro no acaba de cuajar. El gran problema del Madrid tiene un nombre: Barça. Un factor que escapa al control del propio Mou, de Valdano, y del mismísimo ser superior.