Más allá de las batallas arqueológicas de cine mudo, anteriores a la guerra, la rivalidad entre el Levante UD y el Valencia se ha convertido en un discurso unidireccional. El derbi, durante décadas ausente en el terreno de juego, se mantuvo con vida con los anhelos literarios azulgranas. El Valencia —no podía hacer otra cosa— se dedicó a continuar su camino. Y así acabó conformándose una teoría, idílica para los de Orriols, en la que los valencianistas, ocupados en nuestros menesteres, no hemos tenido voz.

De esa forma, el Valencia quedó reducido a ser el «equipo de los señoritos», a ejercer la «prepotencia» y a instaurar el «pensamiento único». Esos son, utilizando términos 2.0, «trending topics» en el diccionario del derbi. La comparación con el Valencia copa el relato azulgrana y uno sospecha que lo que se ansía es ocupar su lugar de representatividad en la ciudad. En el fondo subyace otra tentación, la de la superioridad moral respecto de una militancia al parecer más auténtica a otra más fácil y acomodada, cuando querer a un equipo no es más que una elección instintiva, una tara genética que te condena para siempre desde la infancia. En realidad, entre la feligresía comarcal que domina con «bròfecs» la grada numerada de Mestalla, mayoría en el campo, me cuesta distinguir a la refinada burguesía. Sorprende que los blanquinegros hayamos asimilado con naturalidad el apelativo, de intención burlona, de «xotos» como un mote propio. Como en Buenos Aires sucede con los «bosteros» de Boca y los «gallinas» de River. En cambio no hemos dedicado ningún apodo a los levantinistas, que siguen siendo conocidos con su gimnastiquista «granotes». Pero no hay ningún problema. Desde Mestalla hemos encajado siempre la implacable ironía del rival como una parte más del juego. Con Fonseca y el Nápoles, con Kalsruher o con los aplausos con los que se jaleó el pasado jueves en Orriols la eliminación copera en Vila-real, una escena impensable en Mestalla. Sin embargo, cualquier broma que circule en dirección contraria (pregunten a JV Aleixandre y Rafa Lahuerta) ha provocado una reacción alérgica total.

Con los dos equipos, por fin, en igualdad de miras, los «xotos» ya deberíamos aportar nuestro granito de arena a la teoría del derbi. Podríamos decir que nos encontramos en la parte damnificada, que hemos hecho lo que tocaba para que en Valencia se respirara el aire de Glasgow, Montevideo, Roma o Buenos Aires, que cuentan con derbis legendarios. Nos asemejamos más a la rareza asimétrica del Sankt Pauli-Hamburgo Múnich 1860-Bayern porque ha sido el Levante UD quien empieza a cumplir, ahora, su parte del trato. Huérfanos de derbi, nuestros contrincantes históricos han sido Athletic y Atlético, muy de vez en cuando hemos sorprendido a Real Madrid y Barça y hemos trasladado la rivalidad vecinal al Hércules, con una veintena de visitas ligueras cargadas de tensión ambiental, o al fulgurante crecimiento del Villarreal. Por ese motivo la rivalidad no ha sido recíproca. Desde una mayoría valencianista no se contempla al Levante UD como un enemigo. Ganar al Levante UD o verlo perder (este artículo se cerró horas antes de iniciarse el partido de anoche) no supone una excitación añadida, al contrario de lo que sucede en Orriols. Es más, despierta admiración que con limitados medios, con una masa social reducida pero fiel y orgullosa, que vive su derbi con sincera pasión, el Levante UD se haya instalado en la elite. Que ni en sus momentos más bajos haya perdido la esperanza de volver.

Se le desea, y no es la licencia paternalista que ya habrán diagnosticado a estas alturas los colegas Felip Bens y José Luis García Nieves, que le vayan bien las cosas. Que crezca el derbi.

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