El de anoche en Gelsenkirchen -un lugar tan difícil de pronunciar para un ceporro de aquí, como Massarrojos, para un zoquete de allá- era algo más que un partido. El espectacular estadio Veltins Arena se convirtió en el almirez donde ambos bandos en litigio -y no me refiero al Valencia y al Shalke- tenían como misión machacar el sentimiento del rival. Más allá de lo futbolístico, cada equipo ostentaba una representación delegada, bien fuera por atribución ajena, o bien por aceptación propia. En esta última función estaba el Valencia. En la primera, el Shalke, que sin quererlo, y puede que a su pesar, asumía la condición de icono madridista, con todo lo que ello comporta. No pensarían los alemanes que la presencia de Raúl en sus filas les iba a salir gratis. Claro que, automáticamente -que diría Cruyff- el Valencia se erigía en icono del antimadridismo, un movimiento que goza de gran vitalidad en las periferias estatales, para sorpresa de algunos analistas centrales, que no se lo acaban de explicar. Pobres.

Medía España, habitante arriba, palmo abajo, concursaba anoche a favor del Valencia, no sólo por motivos patrióticos, sino por razones menos excelsas: deseaba la derrota del raulismo, una corriente de opinión que sobrepasa lo meramente futbolero, para adentrarse en lo ideológico-sentimental. Esta es la otra mitad que fiel a los principios carpetovetónicos, que el susodicho encarna con orgullo y bizarría, pujaba por su victoria frente al enemigo disgregador, o sea, el VCF. (Dios les conserve la vista).

El mismísimo Florentino fue el primero en posicionarse al respecto, cuando, para sorpresa de algunos, hace unos días se declaraba fan del Shalke de Raúl. La cuestión era saber si ese sentimiento afectaba solamente al ámbito de la Bundesliga (eso al menos, trataba de hacernos creer De la Morena; no se entiende ese afán de convertirse en el sahumerio del capo de ACS), o si tal militancia, como la de los católicos, era ecuménica. Para acabarlo de arreglar y que no albergáramos dudas respecto a las veleidades del alma florentina, llega el propio interesado y le confiesa al presidente de Gas Natural, Salvador Gabarró, un culé confeso: "No quiero que perdáis [contra el Arsenal]. Yo soy un caballero. Con que empatéis, me vale". En este caso fue el Marca el que, solícito, se apresuró a aclarar que era una broma entre colegas. Demasiado tarde. No hay que recurrir a Freud para descifrar las debilidades afectivas de Florentino.

Eso sí: planteada la cuestión en esos terminos, que nadie se escandalice en Madrid y sus ramales, si David Albelda se declara un enamorado de Lyon. Aunque sólo sea por un periodo breve de tiempo: lo que resta de marzo. Es cuando mejor saben las lionesas.