Mestalla, sábado 13 de agosto de 2005. El Udinese y el Olympiakos juegan uno de los partidos del Trofeo Naranja. Con el partido sentenciado (4-2), a favor de los italianos, el técnico del Udinese Serse Cosmi da entrada a un jugador desconocido, el centrocampista Al Saadi. En los cinco minutos que está en el terreno de juego, Al Saadi, de 32 años, falla los siete pases cortos que intenta dar.

Cosmi conoce bien a Al Saadi. Es consciente de sus evidentes limitaciones físicas, técnicas y tácticas, pero acata que, de vez en cuando, debe alinearlo. Ya le había pasado dos años antes, en 2003, cuando dirigía al Perugia, equipo en el que entonces militaba Al Saadi, y recibió una llamada de Silvio Berlusconi, primer ministro italiano, que le trasladaba la conveniencia de darle minutos "porque ayudará a Italia a construir una buena relación con Libia. Si juega mal, que juegue mal. Pero que juegue", recordó Cosmi años después.

Al Saadi es el peor futbolista del campeonato italiano, pero es uno de los hijos del dictador libio Muamar el Gadafi. Concretamente, el tercero en el orden de sucesión y teniente coronel de las Fuerzas Armadas de Libia. Y hace valer sus influencias y su poder financiero para abrirse paso en el complicado mundo del fútbol, su gran pasión. Al contrario que la mayoría de futbolistas, que comienzan a despuntar desde niños y, una vez retirados, acceden a cargos directivos -caso de Michel Platini, presidente de la UEFA-, Al Saadi desde muy joven se coloca en la presidencia de la Federación de Fútbol de Libia y no es hasta los 27 años, en el 2000, cuando decide "convertirse" en jugador, fichando por el Al-Alhy de Trípoli. El año de su debut es suficiente para que la Federación, que él mismo preside, lo proclame como el mejor jugador de la liga.

Tanto en los despachos como en el césped, no hay nada que pare a Al Saadi. Para mejorar sus condiciones como jugador, contrata a Diego Armando Maradona como asesor, a Ben Johnson como preparador físico e incluso a Carlos Bilardo como seleccionador nacional, cargo que ejerció durante dos años, en los que aceptó que Al Saadi fuese titular indiscutible y capitán. El hijo de Gadafi tampoco repara en caprichos. Por un millón de dólares se permite que la selección argentina juegue en la capital libia. Por 300.000 euros, en abril de 2003 "alquila" durante un día al FC Barcelona para disputar en el Camp Nou un amistoso con su nuevo equipo, el Al Itthad. También logra que la Supercopa italiana de 2002 entre el Parma y el Juventus -del que se declara aficionado- se celebre en Trípoli.

La aventura italiana

Libia se le queda pequeña a Al Saadi, contagiado de la megalomanía de su carismático padre. La siguiente excentricidad, en el verano de 2003, es dar el salto a la Serie A italiana, una de las ligas más competitivas del mundo. Para ello se vale de los viejos contactos de "papá". Meses atrás la empresa nacional Lafico -Libyan Arab Foreign Investment Company-, uno de los tentáculos financieros de Gadafi en el extranjero, compra el 7'5% de las acciones del Juventus (un porcentaje que continúa ostentando). Entre los Agnelli, patrones de la Fiat y dueños del Juventus, y Gadafi existe desde hace décadas una excelente relación personal. En 1976 Lafico compró el 15% del capital social de Fiat, y solo se desprendería de esa parte en 1986, en mitad de la grave crisis diplomática con la administración Reagan.

Al Saadi se integra en el consejo de administración de la Juve, un cargo del que tiene que dimitir por incompatibilidad legal para poder fichar por el Perugia, club con muy buenas relaciones con los juventinos. Sin haber debutado en el Perugia es cazado en octubre de 2003 en un control antidopaje al dar positivo por nandrolona. Es sancionado con tres meses de suspensión pero da lo mismo. Una vez rehabilitado sigue acudiendo a los entrenamientos con un Mercedes blindado y acompañado de una docena de guardaespaldas, pero jugar, lo que se dice jugar, no juega. En el Perugia disputó un partido. Con el Udinese, además de los cinco minutos de Mestalla y sus siete pases errados de siete intentos, llegó a jugar los diez últimos minutos del último partido de Liga de la campaña 2005-06. Las influencias le llevaron a otro club, el Sampdoria, donde ni debutó y dio por finalizada su exótica carrera. Se fue de Italia arrastrando una deuda de 392.000 en un hotel genovés. En la actualidad, Al Saadi, interesado en la producción cinematográfica, vive atrincherado en el búnker familiar, soportando los mísiles aliados. Según informó a la BBC un soldado sublevado, al inicio de las revueltas Al Saadi le ordenó disparar contra manifestantes desarmados en Bengasi, fortín de los rebeldes.

La matanza del

14 de julio de 1996

El 14 de julio de 1996, un encuentro amistoso organizado por Al Saadi como presidente de la Federación acabó en un baño de sangre y connotaciones políticas. Un gol muy dudoso favorable al equipo de Al Saadi, que presidía el palco, desencadenó una invasión de campo de los aficionados rivales que derivó en el grito de consignas contra el régimen. El ejército reprimió con dureza la espontánea protesta causando más de cincuenta muertos.

En el año 2000, el de su debut como futbolista, el Al Alhi de Trípoli logró remontar un 1-0 contra su gran rival, el Al Alhi de Bengasi, con dos penaltis y un tercer gol en claro fuera de juego. Los futbolistas del Bengasi, ciudad tradicionalmente crítica con Gadafi, intentaron abandonar el partido en señal de protesta, pero fueron disuadidos por la policía, que les obligó a volver al terreno de juego y finalizar el partido. Esa misma temporada, Al Saadi disolvió durante meses el Al Alhi Bengasi, que pidió su dimisión como presidente de la Federación tras un escandaloso arbitraje contra el Al Baydah, el equipo del pueblo natal de su madre. v.c.t. valencia