A los aficionados que tuvieron la paciencia de soportar estoicamente el ridículo espectáculo perpetrado por un Valencia indecente y sin alma, el club les tendría que devolver el precio de las entradas o la parte proporcional del abono, además de pedir públicamente perdón. La goleada de ayer, sólo maquillada en la segunda parte, cuando el Real Madrid, en un ataque de caballerosidad, bajó los brazos, es una de esas vergüenzas que dejan cicatriz en el escudo y en la camiseta que ayer (¡vaya paradoja!) estaba trufada de mensajes de ánimo de los hinchas. Arengas del estilo de «Vosotros sois el Valencia, no lo olvidéis» que, probablemente, los protagonistas ni se pararon a leer en la tarde en la que por primera vez en sus 92 años de historia, el Valencia encajó seis goles como local en la Liga. El 3-6 ya forma parte del particular museo de los horrores blanquinegro, junto a las debacles de Karlsruher o Nápoles. El pasillo al Real Madrid campeón de Copa no sólo formó parte de los prolegómenos si no que se extendió al resto del encuentro. Un trallazo al larguero y un gol anulado por un fuera de juego muy justo evitaron un escándalo aún más mayúsculo.

El conjunto merengue, con un equipo plagado de suplentes de oro y algún canterano, destrozó continuamente al contragolpe a un Valencia distraído, con la cabeza en otra parte, probablemente satisfecho porque el objetivo mínimo, el de asegurar la participación en la Liga de Campeones, está casi cumplido. A este Valencia, por prescripción médica, se le deben medir los elogios, porque aunque éstos sean justos, se le indigestan. Es una tendencia cíclica y la razón por la que la grada, a la que se acusa de exagerada, se cuestiona la continuidad del técnico y la viabilidad del hasta ahora ignoto proyecto deportivo de Manuel Llorente. El desastre de ayer, y ahí radica una gran parte del problema, ya se venía gestando tiempo atrás. En la imagen ofrecida en las eliminaciones europeas, o en las dóciles capitulaciones en la Copa del Rey. Un problema achacable a la actitud, que Unai Emery no ha sabido nunca domar, a pesar de completar su tercera temporada. Porque cuesta creer que este era el mismo equipo que en su anterior comparecencia en Mestalla bordó el fútbol goleando al Villarreal. La responsabilidad de que cale ese mensaje de respeto y profesionalidad no es exclusiva del entrenador, se debe trasladar desde la cúpula dirigente. Una idea que ayer ya captó la grada, que por primera vez se giró hacia el palco para mostrar su indignación al concluir la primera parte, con un 0-4 en el zurrón. Al final del encuentro, preso de la resignación, en el hincha ya no había ni ganas para protestar. El estridente volumen de la megafonía hizo el resto.

De patio de colegio

La indolencia no fue la única causa del desastre. Desde el primer minuto se vio que el Valencia iba a asomarse al precipicio por una inadecuada planificación del partido. El equipo plantó la línea de presión defensiva adelantada. Sin dominar la posesión y sin la garra necesaria en los marcajes, cada mala entrega, cada recuperación de balón madridista en la medular y el consiguiente pase largo vaticinaba la zozobra a la contra, debido al pésimo repliegue colectivo local. Era algo que se sabía de antemano. Mourinho ha podado a su equipo de filigranas narcisistas y lo ha dotado de rigor táctico y sacrificio. El Madrid es en estos momentos uno de los equipos que mejor se desenvuelve en todo el mundo en el contragolpe. Y muy reciente, y en el mismo estadio y ante el mejor equipo del mundo, el Barcelona, quedaba la prueba.

Primero avisó Benzema, con un fortísimo disparo al larguero. Con el susto el Valencia no se dio por aludido. En otra contra un grave error de Guaita para medir un pase cruzado provocó el primer gol de Benzema. En el segundo Mathieu, con su sangre de horchata, quiso regatear a Higuaín en vez de mandar la pelota al anfiteatro y dejarse de monsergas. Guaita salió a proteger sin dar tampoco el grito de rigor y dejó descubierta la portería. El Pipa sólo tuvo que empujarla.

A partir de ese instante, el partido fue de patio de colegio. El Madrid seguía asediando la portería de Guaita con feroces contragolpes en los que Kaka, Benzema e Higuaín se intercambiaban posiciones para tortura de sus mareados marcadores. Ante la incredulidad de toda la grada, en los siguientes contragolpes los visitantes marcaron otros dos tantos antes del descanso. Perfectamente Pérez Lasa podría haber dado por finiquitado el partido. Había que jugar la segunda parte, y ésta comenzó con el quinto gol, obra de Higuaín. La manita relajó al Madrid y la entrada de Jonas, con más motivación que el resto de sus compañeros, maquilló la tortura. El brasileño, luego de un magnífico control orientado, regaló el primero a Soldado. Kaka replicó retratando a Stankevicius con un caño y batiendo de tiro cruzado a Guaita. En los minutos finales, el Valencia, hasta ese momento más pendiente de la mona de pascua, redujo distancias por mediación de Jonas y Alba. Pero el daño ya estaba hecho y no se olvidará jamás.