Disputados tres partidos oficiales, el Valencia sigue sin mostrar al respetable público el diseño interiorista del que se ha venido dotando durante el verano, para exhibirlo a lo largo de la temporada. Nada. Ni rastro de los finos estilistas. Si acaso algún detalle suelto de Jonas, y la acostumbrada brega de Tino Costa que, por no mostrar, tampoco ha exhibido todavía sus acreditados remates a media distancia. De Canales, alguna pinceladita y pare usted de contar. Con Parejo, continuamos a la espera, dado que llegó ungido, nada menos, que por el mismísimo Alfredo di Stefano. A Piatti, aún no se sabe si hay que ubicarlo en la mediapunta o en la banda.

¿Y Ever Banega? ¡Ah Banega! Emery le dio el mando en Bélgica y a fe que abusó de él. Más que empuñar la batuta para dirigir al equipo, se convirtió en el hombre-orquesta. Quiso tocar todos los palos y acabó desafinando. Su actuación la ejemplifica la jugada del minuto 27, en la que fue amonestado por una arremetida absurda sobre un rival, en el centro del campo, junto a la banda, en una acción sin peligro. El argentino se cargó con una tarjeta amarilla sin venir a cuento. Y así jugó todo el partido: sin lógica ni sentido. Acaparó el balón pero no orientó el juego. Abusó del regate y el toque sin dotar de ritmo a su equipo.

Total, que el Valencia sigue sin contar con alguien que lleve la manija, que regule el motor, que frene o acelere, que apriete o desahogue, que dé la pausa. Falta esa cabeza que marca el compás.

En el debut ante el Racing -¡el Racing!- apenas se hilvanó juego en el centro del campo. Frente al Atlético, no se montó ni un sólo contragolpe en toda la segunda parte. Al Genk no se le apuntilló porque nadie supo encararle. A ver si de entre tanto interior exquisito como hay, alguno se carga el equipo a la espalda. De momento, sobran solistas y falta un director.