Resguardada con un embalaje de madera y escoltada por un furgón de seguridad, la maqueta del Nuevo Mestalla fue presentada el 10 de noviembre de 2006, en una faraónica fiesta en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, con orquesta clásica incluída. El proyecto urbanístico del promotor Juan Soler (presidente entre 2004 y 2008) veía la luz, con la bendición institucional. La viabilidad de la maniobra parecía garantizada con los beneficios que el club esperaba obtener por la venta de las parcelas de Mestalla, recalificadas un mes antes por el Ayuntamiento de Valencia, y que en pleno florecimiento de la burbuja inmobiliaria se cifró en 400 millones.

Las obras arrancaron en agosto de 2007

Las obras arrancaron en agosto de 2007 y en sus primeros meses avanzaron a buen ritmo. En mayo de 2008, cuatro trabajadores fallecían en accidente laboral en las obras. La derrochadora gestión de Soler supuso un retroceso deportivo, al tiempo que disparó la deuda, que ya sobrepasaba los 500 millones cuando dimitió, en marzo de 2008. Dejaba como legado las parcelas sin vender —llegó a anticipar 13 millones por la compra de una de las torres— y un estadio sin acabar. Su sucesor, Vicente Soriano, no fue capaz de revertir la situación económica y el 25 de febrero de 2009 anunciaba la paralización de las obras por falta de liquidez, después de más de dos meses con los trabajos parados.

En mayo de 2009, fecha en la que Rita Barberá pronosticó la inauguración del recinto, con la final de la Liga de Campeones, el nuevo Mestalla llevaba tres meses abandonado. El único movimiento en casi tres años dentro del estadio fue el recambio de varios anclajes que iban a caducar. La falta de atención ocasionó episodios como el protagonizado por un aficionado que se coló en el recinto vulnerando todas las normas de seguridad y colgó en las redes sociales el estado de deterioro del estadio, que también sirvió de base para una protesta de Greenpeace.