El Valencia no quiso encarrilar la eliminatoria de dieciseisavos. Y no quiso porque se presentó en el Carranza con una apatía impropia del equipo que arranca la competición pensando en ganarla. Arrinconada la ilusión, el Valencia trató como pudo de pasar el trago ante un equipo muy inferior, pero sobrado de ganas y ambición, características de las que él careció. La depresión en la que está sumido el equipo tras la eliminación europea y que se evidenció contra el Betis, se agrandó anoche en Cádiz donde el equipo se presentó pero no compitió. El 0-0 deja la eliminatoria abierta y, el próximo jueves en Mestalla, habrá desenlace.

Trató el Valencia de pasar página, olvidar lo ocurrido y empezar de cero en una competición en la que el club ha depositado muchas esperanzas. Es la Copa del Rey el camino más corto, si los emparejamientos acompañan, para ganar un título. Pero no sólo sirve la intención, también los hechos. El Valencia, obvio, fue superior al Cádiz, que además jugó con varios suplentes, pero no tanto como el abismo que media entre uno y otro equipo. Y es que, aunque sobre el campo no se evidenció, el Valencia es el tercero en la Liga BBVA y el Cádiz, segundo en la Segunda División B.

Emery, para tratar de encarrilar la eliminatoria, no escatimó en efectivos y apostó por un equipo competitivo. Guaita, un mes después, recuperó la titularidad. El portero, que protegió su muñeca con una férula, apenas intervino ante un equipo muy tímido ofensivamente. Y es que, superar a Dealbert, al que el Valencia le ha presentado una oferta de renovación hasta junio de 2014, y al corpulento Rami se convirtió en un imposible para el efervescente Akinsola. En el centro del campo, Albelda protegió y ayudó a Parejo para que el imberbe centrocampista -al que Emery regala minutos y éste no aprovecha- tratara de llevar la manija del partido. El madrileño, más preocupado por escuchar las órdenes del capitán que de crear juego, naufragó y obligó a Albelda a duplicar sus funciones. En la primera parte, el aparente todopoderoso Valencia, sólo intimidó en dos ocasiones a Gonzalo. En la primera, Aduriz remató fuera un centro que, desde la derecha, le había entregado Barragán, mientras que en la segunda, un buen centro de Jordi Alba se paseó por delante de la portería. Y ya. El Valencia, deprimido, retomó el partido en la misma línea en que lo había dejado. Con un juego -es un decir- intermitente y con mucha desgana, el Valencia se plantó sobre el Carranza para ver pasar los minutos. Emery, desesperado ante tal indolencia, sentó a un apático Jonas y dio entrada a Soldado para jugar con dos delanteros. Mathieu reemplazó a Pablo que, en su vuelta al que fue su estadio, pasó desapercibido. Con los cambios, el Valencia ganó en verticalidad y movilidad, pero no en ambición y carácter. El técnico, al comprobar que el Valencia tenía demasiadas lagunas en su juego, decidió dar entrada a Banega -k.o. el último mes por un esguince en la rodilla derecha- y sentar a Aduriz para recuperar el sistema inicial.

Con el argentino, el Valencia tomó el control y, por lo menos, ofreció una pizca de juego. Pero insuficiente. El Valencia no funcionaba ante un Cádiz sobrado de ganas -varios jugadores, exhaustos, sufrieron rampas en la recta final-, precisamente de lo que carecía el Valencia.

Conformistas y hastiados, los jugadores del Valencia decidieron aplazar a Mestalla el desenlace del partido. Con todo lo que ello implica -todo apunta a que el Valencia pasará, pero...-. El jueves, a las 20 horas, el Valencia se jugará su pase a los octavos.