Uno de los pronunciamientos más célebres del empresario Federico Félix —y estamos hablando de un hombre que dedica buena parte de su tiempo a manifestar públicamente sus posicionamientos— es aquel que soltó hace ya años: «Hay dos cosas que yo nunca haré en esta vida. Una es presidir el Valencia CF». (La otra, no seré yo quien la reproduzca. Por si las moscas). Su amigo Alfonso Rus, en cambio, siempre, desde que tocaba la batería en el Grupo Luis XV —ya ha llovido— sueña con asentar sus reales en la poltrona principal de Mestalla. Tampoco lo oculta. Es su gran meta.

Además, esos anhelos futbolísticos, da la casualidad de que, ahora mismo, convergen con los de algunos de sus camaradas de partido con mando en plaza. En el PP verían con muy buenos ojos que el presidente de la diputación fuera despejado a córner y ningún lugar hay más apropiado y acogedor, para un tipo nada fácil de conformar, que la presidencia del VCF. Desde allí, Rus podría seguir controlando para su partido, una institución de enorme peso e influencia. Así ha sido toda la vida. El Valencia ha estado, desde siempre, en manos de la derecha local. La izquierda, escudada en un estúpido sentido de la esquisitez, ha pasado del club, para regocijo de sus oponentes. Así seguirá siendo a corto, o a medio plazo, en junio. O dentro de cuatro años, si Rus decide resistir al frente de la diputación. Pero el futuro del VCF no hay que buscarlo en lejanas praderas tropicales, ni en ricos emiratos orientales, o en ignotos paraísos fiscales, sino en comarcas más cercanas. El poder real del Valencia lo ostenta, de momento, su Fundación, o sea el IVF, o lo que es lo mismo, el Consell. Y Fabra quiere a Rus en la primera entidad social valenciana. Miel sobre hojuelas para ambos.