Con la mente puesta en la semifinal de Copa del Rey contra el FC Barcelona, el Valencia, lastrado por la falta de concentración y la ausencia de una propuesta de fútbol vistosa, sumó un punto accidentado en Santander. Un empate tan justo como insuficiente, que dejó en evidencia otra vez los defectos de un equipo sobrecargado por su irregularidad. Hizo lo más difícil al levantar, con más hombría que fútbol, un gol en contra, en dos acciones de pillería de Aduriz que enmendaban una primera parte para olvidar. Con todo a favor, fue incapaz de anestesiar el final del encuentro, dejándose abrumar por el Racing, que solo con coraje empató y pudo incluso haber ganado. No abandona su dinámica vacilante el conjunto de Unai Emery en 2012. Los primeros tropiezos evitaron abrir distancia con los perseguidores, igual de adormecidos, y dejar muy favorable la reedición de la tercera plaza. Ahora, los rivales directos han despertado. Espanyol, Athletic y Atlético recuperan yardas a gran velocidad. El Valencia tiene un problema que parece que se niegue a ver.

El Racing se olvidó de los problemas que le rodean. Los deportivos de un equipo en zona de peligro, los institucionales de un club sin rumbo fijo. Munitis, Arana, Adrián, Stuani disfrutaron del fútbol, por gentileza de un Valencia que hizo revivir el discutible mito del "conjunto aspirina". Al minuto y medio de partido se adelantaban los locales, en otro sangrante caso de falta de concentración valencianista. Saque de esquina rechazado que recoge Munitis, que pica al centro del área. Víctor Ruiz, distraído, rompe la salida del fuera de juego. Adrián solo tuvo que desviar la trayectoria del balón para batir a Alves. El gol castigaba la somnolencia con la que el equipo de Unai Emery se ha acostumbrado a saltar al terreno de juego y que tantas veces se maquilla con las paradas salvadoras de Alves.

El partido pintaba a pesadilla, como se vio en la siguiente acción en la que la espalda de Stuani rechazó un despeje de Alves que no acabó en gol por puro milagro. El Valencia no creaba juego, pese a contar con dos pateadores en el doble pivote de la calidad de Banega y Tino Costa, y por supuesto, con la escasa capacidad defensiva de los dos argentinos, apenas contenía el juego racinguista. El segundo tanto rondó en cada aproximación por la derecha de Arana. El exatacante del Castellón era un dolor de muelas para el reaparecido Mathieu. El poste fue el que se alió con los valencianistas para evitar el segundo tanto, en una falta lateral que Stuani, libre de marca, cabeceó sin oposición. Tal era la inacción valencianista que al atacante uruguayo le dio tiempo a llegar al rechace de su propio remate, desviado por Alves.

Muy previsible era el Valencia en ataque. La mayoría de veces abrió el juego a las bandas, desde donde Mathieu y Barragán lanzaban centros con escaso peligro. A Soldado no le llegaban balones claros y no se aprovechaba el desequilibrio de Piatti. Más sorprendió en las pocas incursiones por el centro, con las combinaciones de Feghouli y Jonas. En la primera ocasión, una pared entre ambos dejó a Jonas en disposición de disparo, pero Toño tapó bien y el brasileño resbaló. En la segunda, Feghouli atrajo con regates a varios zagueros rivales hasta ver a Jonas desmarcado, que escogió la zurda para el disparo, no muy potente, que rechazó el larguero.

Poco bagaje para el Valencia, que reclamó un posible penalti -muy tibio- de Torrejón sobre Feghouli, y que se reestructuró en defensa con la salida de Topal por Banega, desdibujado y arrastrando una leve cojera después de recibir una tarascada rival en los primeros minutos.

Remontada a medias

Aguardaba una segunda parte muy movida. El Valencia reaccionó, todavía sin brillo con más nervio que en el primer acto. Comenzó a ganar balones divididos, a darle mayor velocidad a la pelota, a pisar más área rival. A esos nuevos bríos contribuyó Aduriz, que como sucediera en Villarreal, ejerció de revulsivo eficaz, situado como segundo delantero centro junto a Soldado. El atacante vasco dio la vuelta al marcador en dos acciones de oportunismo. El empate llegó en un saque de esquina en el que Aduriz, tapado por varios rivales, llegó a poner la pierna para batir la meta de Toño.

Quedaba un final de partido muy accidentado, repleto de tarjetas, contusiones y mucho desorden. Aduriz, siempre protagonista, quedó aturdido tras un testarazo fortuito con Cristian, al que abrió una espectacular brecha en la cabeza, de la que no cesaba de emanar sangre. El central racinguista requirió de un aparatoso vendaje para detener la hemorragia. A Aduriz se le quedó un visible chichón con el que remató a puerta para poner por delante de forma momentánea a su equipo, en el rechazo de una palomita de Toño a un zapatazo lejano de Ricardo Costa.

El Valencia había hecho lo más difícil, remontar, pero con un cuarto de hora por delante le quedaba otra empresa sin embargo más complicada si cabe, como es aguantar una renta favorable, un asunto en el que no demuestra pericia alguna. El guión fue muy parecido al de otros desplazamientos, agravado con la lesión de Topal, que dejó al equipo en inferioridad numérica por la conmoción provocada por un cabezazo de Diop, que detuvo el encuentro durante varios minutos y obligó a alargar el descuento siete minutos. En la celebración del segundo tanto y en lo que le quedaba al partido, Aduriz dejó ver que corría mareado.

El desenlace se le iba a hacer eterno al Valencia. Flaqueaba en un defecto muy conocido, como la defensa de los balones aéreos, el recurso urgente al que se agarró el Racing para salvar el partido. En el minuto 87, en la franja decisiva, igualaron los cántabros. El extremo Mario, que salió de refresco en el último tramo, dejó clavado a Mathieu con un pase de baile. Su centro al punto de penalti fue cabeceado con furia por el defensa Bernardo, que arrasó con todo. Con la débil resistencia de los zagueros y la tímida salida de Alves. Quedaba todavía la expulsión de Ricardo Costa. Roja directa después de una niñería injustificable, impropia de un veterano, con Munitis, al que Álvarez Izquierdo también mandó a la caseta. A los cinco minutos de añadido casi se consuma el desastre. En otro envío desde la izquierda, la pelota se le quedó muerta a Colsa, que llegaba desde segunda línea, sin marcaje alguno. El mediocentro fusiló, con todas sus fuerzas, pero Alves echó mano de reflejos, su mejor arma, para evitar una derrota que habría dolido mucho pero no habría sorprendido a nadie.