Durante un cuarto de hora el Valencia vislumbró la posibilidad de disputar la final de la Copa del Rey. Ese intervalo inicial, hasta el gol de Cesc, fue un oasis en el que el equipo de Unai Emery, decidido y combativo, le negó la pelota al Barcelona e imaginó un desenlace muy distinto al que acabaría dictaminando la devastadora lógica. El Barça, más efectivo, con más recursos y sin altibajos en su juego, fue muy superior. El Valencia contó con varias ocasiones, tan claras como aisladas, pero fueron las paradas de un Diego Alves inmenso las que mantuvieron el cruce engañosamente emocionante. Falto de concentración, de nuevo con errores infantiles en defensa y sin la referencia rematadora de Roberto Soldado, baja por fiebre, el conjunto blanquinegro pudo haber salido perfectamente goleado.

Durante el espejismo de esos quince minutos iniciales, sin embargo, nadie se acordó de Soldado. También pareció ignorarse quién era el rival y en qué magno estadio se jugaba. El Valencia ahogó la salida de la pelota barcelonista con la agresiva presión que anunció Emery en la previa. Luego, con el balón en los pies, Banega aportaba criterio y, contrariamente a su estilo, verticalidad. El Valencia entraba con facilidad por las bandas y Aduriz ganaba las disputas aéreas. La estrategia también carburaba. Una falta en largo botada por Banega fue bajada de cabeza por Aduriz al punto de penalti, donde apareció Mathieu, libre de marca. Para desgracia del francés, la pelota le cayó en la derecha, y el remate acabó en pifia. Víctor Ruiz no llegó al rechace.

Mathieu fue de nuevo protagonista en la siguiente oportunidad. No se había sobrepasado todavía el minuto 11. El lateral, escorado en la banda. lanzó un pase en profundidad al centro. Aduriz arrastró las marcas con una diagonal y Feghouli le ganó la espalda a Abidal. El argelino no se lo pensó para chutar, con escaso ángulo, un fuerte zurdazo que golpeó la red externa de la meta de Pinto.

El Valencia había conseguido casi lo más difícil. La eliminatoria estaba viva y se le había metido el miedo en el cuerpo a un frío Camp Nou. Pero para mantener la superioridad contra un equipo con los recursos y soluciones del Barça, es necesario mantener el esfuerzo y el acierto. Cualquier despiste, se paga. Y así fue como el conjunto azulgrana, que hasta ese momento no había comparecido, se adelantó en el marcador y pasó a dominar con claridad el partido. Un pase largo sin aparente peligro se envenenó mortalmente por un doble error fatal: la lentitud de Miguel, a quien Cesc le robó la cartera, y el paso en falso en la salida de un dubitativo Diego Alves. El excapitán del Arsenal aprovechó el regalo y puso el resto con un sutil toque de vaselina. Alves es un guardameta al que se le notan sus virtudes y sus defectos. Todo es muy visible. Sus dubitativas salidas las compensa con los reflejos con los que, tras el 1-0, salvó en más de media docena de ocasiones un gol cantado, el de la sentencia definitiva.

Con el gol en contra, el Valencia bajó los brazos en el resto de primera mitad. El golpe anímico fue considerable y se encadenaron numerosos errores defensivos, en acciones básicas, en entregas sencillas entre centrales —las distracciones de Rami y Víctor Ruiz son reincidentes—. El Barça pudo sobradamente encarrilar su pase a la final pero Alves se agigantó a los pies de Messi y Cesc. En ese lánguido paréntesis se notó, casi tanto como cuando marca goles, la ausencia de Soldado. El jugador que riñe, corrige y motiva a sus compañeros.

El paso por vestuarios serenó al Valencia. Se convenció de la necesidad de volver a empezar. Se dio cuenta de que, a pesar de todo, la eliminatoria seguía a un misero gol de distancia. Con un minuto trascurrido de segunda mitad, Jordi Alba tuvo en sus botas una ocasión inmejorable, calcada a la que disfrutó en Londres, contra el Chelsea. Si en Stamford Bridge dejó temblando el poste de Petr Cech, anoche Pinto tapó bien el disparo. En el siguiente lance, segundos después, Aduriz remató flojo de cabeza.

El partido se abrió definitivamente. El Valencia continuaba facilitándole las cosas a un Barça muy superior, con errores absurdos en la salida de pelota desde atrás. De nuevo debió aparecer Alves para sacar manos imposibles para mantener de milagro la eliminatoria en vilo. Messi lo intentó hasta de puntera. Solo de esa forma fue posible que en sus contadas pero peligrosísimas llegadas, el Valencia pudiese albergar alguna esperanza de soñar con la posibilidad de la prórroga.

Aduriz aprovechó que Piqué se quedó enganchado en la salida del fuera de juego para picar la pelota por encima de Pinto. A Mascherano, sin embargo, le dio tiempo a retroceder y desviar a córner un gol seguro. En un saque de esquina, la pelota se le quedó a Jonas, muy poco participativo durante toda la velada, que envió un latigazo que obligó a intervenir a Pinto con una acrobática estirada. Con la expulsión de Feghouli, tras un manotazo a Puyol, la eliminatoria quedaba definitivamente cerrada. Si quedaban dudas, Xavi las disipó en un disparo a bocajarro, sin oposición, en el gol definitivo del partido. El Barcelona, superior, ya en Mestalla y anoche, jugará la final contra el Athletic.