Dsde los tiempos de Cúper, que Mestalla no bostezaba tanto. Aquel técnico al que algunos aún siguen reverenciando y anteponiéndole el tratamiento de don -don Héctor, le llaman, como si fuera una eminencia científica del fútbol- hizo del campo valencianista el territorio del tedio. El domingo, el personal volvió a cabecear, y no echó una siestecilla porque hacía un frío que pelaba, pero quienes prefirieron instalarse ante el televisor, a mitad de partido ya estaban más allá que aquí. El Valencia no tuvo ninguna chispa y el Sporting de Gijón, sin ese impulso que irradiaba Manolo Preciado, parece un niño huérfano de padre y madre. Es un equipo triste y compungido. Así que ya el personal se estaba marchando en busca de calor reparador del hogar, cuando apareció Jonas y maquilló el partido. De manera que el resultado final dará por bueno un encuentro que fue un peñazo. Como titulaba ayer este periódico, los goles tienen un efecto balsámico, pero no sirven para atajar los males de fondo. El Valencia no acaba de carburar y esta victoria coyuntural frente al visitante más flojo que ha pasado por aquí en muchos años, posee efectos paliativos pero no curativos. Habrá que ver al equipo ante envites de mayor enjundia como los que le aguardan de inmediato.

Casualidades. La Liga se va decantando. El Madrid se muestra intratable y si alguien osa toserle, como ha ocurrido en las últimas jornadas, siempre hay un lance salvador que le rescata del atolladero. Esas casualidades arbitrales son accidentes del juego, por tanto, no caigamos en la vulgaridad de atribuirles mayor protagonismo. Simplemente, la concatenación de errores a su favor, es una fatalidad que desquicia a sus rivales, en el momento más oportuno. Hay cosas que no cambian nunca.