El tercer puesto está en peligro. La ventaja se diluye. Y la crisis, por juego y resultados, se dispara. El Valencia perdió en el Coliseum por incomparecencia. Por apatía. Por falta de actitud. Y es que, amenazado por Levante y Málaga, el Valencia saltó al Coliseum con una incómoda presión al cuello de la que no supo desatarse. Y es que, veinte jornadas acoplado en la tercera plaza y es ahora, cuando enfila la recta final, cuando los perseguidores le zarandean el placido caminar. Y el Valencia, ni quiere ni puede permitirse esa licencia, porque para enjugar el presupuesto necesita los ingresos que aporta la Liga de Campeones. El final de Liga que se preveía cómodo, lleva camino de transformarse en un calvario. Contra el Levante, el domingo, estará en juego el tercer puesto. Y la próxima salida es el Bernabeu.

Con presión saltó el equipo al campo pero un rápido gol de Roberto Soldado (minuto 5), que la tiene tomada con sus exequipos, permitió desquitarse del ansia con el que se acudía al partido. Y es que, en las horas previas, el encuentro había quedado totalmente arrinconado por el extraño poso que había dejado la derrota en Mestalla contra el Zaragoza, las informaciones sobre la marcha de Emery y la identidad del futuro técnico, y la petición-reprimenda lanzada por Unai a la afición. Pero la liberación duró poco porque, sólo siete minutos después del 0-1, Pedro Rios restablecía el empate. Vuelta a empezar. Pero el equipo no estaba cómodo. La señal de alerta se encendía. El Valencia jugaba con una cuarta marcha, el Getafe en quinta.

Los azulones, con la permisibilidad de un apático Valencia, llevaron el choque a su terreno, impusieron un ritmo frenético y enloquecieron el partido. Miku, de cabeza, adelantó al Getafe ,y Bruno Saltor, en propia puerta, colocó el 3-1 en el marcador. El peor escenario posible se plasmaba en el minuto 24. En el Coliseum, donde perdió el Barça y el Atlético, pero que en 2012 el Getafe sólo había ganado al Rayo Vallecano, el Valencia naufragaba.

Recibir tres goles en veinte minutos, duele. Y claro, llegó el desquicio. Afloraron los nervios. Los reproches — Soldado y Alba vieron una amarilla por protestar y no podrán jugar el derbi del próximo domingo contra el Levante—. Tocaba remar a contracorriente, algo a lo que este equipo empieza a habituarse. El Getafe estrangulaba al Valencia. El rival volvía a remontar un partido. Los futbolistas, acostumbrados a la autogestión, estaban obligados a dar la vuelta a una situación muy comprometida. O al menos, a maquillar la pésima imagen mostrada en el primera parte.

En el descanso debió recriminar Emery a sus jugadores el conformismo, la permisividad defensiva y los infantiles errores individuales cometidos porque los futbolistas mostraron una pizca más de implicación. Un espejismo. La defensa, anoche no estaba. Nerviosos, descompuestos y atenazados, la primera línea del Valencia fue un horror. Y el centro del campo, donde Topal y Parejo no conseguían ni destruir ni crear juego. Y la punta, a la que no llegaban balones. Un desastre.

El recurso que buscó Emery para enmendar el roto fue sentar a Piatti y confiar en Pablo para tratar de abrir el juego por bandas y generar transiciones, pero el equipo seguía anclado en la derrota del miércoles con el Zaragoza. El traspiés aún no se había digerido. El Getafe, sin embargo, se sentía muy cómodo. García Plaza, para tratar de amarrar la victoria, reforzaba el centro del campo con el veterano Casquero. La respuesta e Emery fue sentar a Jonas y encomendarse al juego directo de jugar con dos puntas. De nada servía.

Si Emery se inmoló por su equipo el viernes, los jugadores dejaron anoche desnudo a un técnico al que los resultados dejan en el filo de la navaja.