Muy poco le faltó al Levante UD para profanar por primera vez en Liga el templo de Mestalla. El conjunto azulgrana fue el vencedor moral de un derbi poco vistoso pero intenso y lleno de matices. Los jugadores de JIM, con sus contragolpes afilados, dejaron escapar vivo a un Valencia que confirma su comatoso estado, incapaz de nuevo de resolver un encuentro favorable, provocando la ira de un Mestalla que animó y aguantó con demasiada paciencia, pero que no se pudo callar con el pitido final. El azar quiso que no entrara, por un palmo, un cabezazo de Koné que habría dado la victoria al Levante UD y, a buen seguro, habría desatado una tormenta de imprevisibles consecuencias, con los cuartos de la Liga Europa y la visita al Santiago Bernabéu a la vuelta de la esquina. La lucha por Europa sigue igual de abierta, con el Levante UD amasando más argumentos que nunca para lograr una hazaña histórica.

Era un derbi y ningún detalle se debía dejar por atar. Todo suma y resta, como en el mismo sorteo de campos. La moneda cayó del lado levantinista y Ballesteros, más listo que el hambre, decidió que el Valencia atacase a la portería del fondo norte, la preferida para los goles en la segunda mitad. El Levante UD dejó muy claro cuál era el partido que le interesaba ejecutar: defender con las líneas juntas y amagar contragolpes para que el veloz triángulo formado por Valdo, Barkero y Koné, perfecto en el juego de espaldas a portería, amenazase la temblorosa defensa valencianista. La ansiedad de Mestalla debía de hacer el resto.

El Valencia tomó el mando de la pelota y, ante el repliegue de filas "granota", incorporó hasta a los centrales a la salida del juego. Las bandas, en las que Emery convierte a los laterales en extremos, volvieron a ser muy utilizadas, pero los mejores balones llegaron por el centro, cada vez que Parejo y Jonas tenían ocasión de combinar. El Valencia tocaba, como un equipo de fútbol sala, pero el Levante UD negaba cualquier resquicio con la contundencia de Ballesteros y el equilibrio defensivo que Iborra le da a su centro del campo. Solo la apática anarquía de Botelho desentonaba en el armonioso bloque de JIM. El partido, lentamente, se hacía más azulgrana, y en el Valencia asomaban señales mínimas de nerviosismo, como en algunas faltas un tanto bruscas, castigadas con tarjeta y muy protestadas por los visitantes. No por ello Mestalla perdía la paciencia. A pesar del desastroso rumbo del equipo en los últimos tres meses, la grada estuvo a la altura, siempre presente sin parar de animar, meter presión o protestar.

Cuando el Levante UD empezaba a coordinar ataques cada vez más peligrosos, como el que finalizó Xavi Torres tras otra combinación entre Valdo y Koné, llegó el gol valencianista. Quién iba a decir a los aficionados "granotes" que su granítico equipo sería cazado precisamente al contragolpe, iniciado y culminado por Jonas, el futbolista con más clase sobre el césped. El brasileño condujo la contra y cedió a Pablo. Con la zaga casi replegada, el extremo castellonense, algo inconstante, giró sobre sí mismo para inventarse un precioso pase a Feghouli que rompió la defensa. El argelino solo tuvo que regalarle el tanto a Jonas, que marcó a placer, a puerta vacía. El entusiasmo con el que los jugadores y el estadio celebraron el gol era indicativo de todo lo que había en juego. Pero a estas alturas todo aficionado sabe que la ventaja en el marcador para este Valencia no es ningún síntoma definitivo de nada. El Levante UD tendría que arriesgar en la segunda mitad, pero apenas necesitaría esperar para igualar el marcador. La jugada fue básica, de una sencillez tan enternecedora que describe a la perfección las flaquezas defensivas del equipo de Unai. Un centro lateral, otro más, en el que Valdo le ganó el salto a Mathieu para bajar la pelota para que Koné, de primeras, batiera a un Guaita vendido.

Koné desata la tormenta

El tanto "granota" resucitó en Mestalla todas sus recientes pesadillas. Cada entrega errada, cada balón perdido desquició a la grada, que por mucho que se esforzase no podía ocultar su frustración. El Valencia empezó a acusar más precipitación en la elaboración de su juego y JIM retocó piezas para acentuar la tendencia al contragolpe, con la entrada de Farinós (ovacionado), Ghezzal y del talismán Rubén. La caja de los truenos estalló definitivamente con la clamorosa ocasión que dispuso Koné, a centro de Botelho. El remate cruzado del delantero marfileño, dolor de muelas incurable para los centrales valencianistas, se marchó rozando el poste y no fue gol de milagro. La jugada, a seis minutos del final, desató tal bronca de Mestalla a los suyos -con pañolada incluida al palco- que el Valencia, en una punzada de orgullo, reaccionó.

Segundos después, Aduriz cabeceó al larguero y el rechace de Jonas se estrelló en Cabral. Emery se jugó su última carta con una jugada arriesgada, Paco Alcácer, un delantero con un futuro inmenso pero al que el técnico, abroncado por elegir a Jonas como pieza sustituida, apenas le ha reservado dos ratos en los que es imposible reivindicarse. Pero sería Alcácer quién contó, con un buen remate de cabeza algo blando y centrado, con la última ocasión valencianista. El resto, hasta el final, llevaría una sucesión de contragolpes mal ejecutados por el Levante UD, que se fue de Mestalla con la sensación de haber dejado pasar una inmejorable oportunidad de vencer por primera vez en liga en la cancha de su histórico rival, al que sigue recortándole terreno y al que le plantará mucha batalla en las ocho jornadas que restan de campeonato, que al Valencia, despedido con otra pañolada, se le van a hacer muy largas. Mestalla se ha cansado de esperar respuestas. Sus exigencias se escuchan por mucho que la estridente megafonía trate de maquillar cada idéntico desenlace.