Como si se tratara de un viejo disco de vinilo -single o long-play (LP), remember?- el Valencia lleva casi quince días interpretando la cara a, que, teóricamente, era la buena. O sea, tres partidos en los que ha competido a buen nivel, sin fisuras defensivas ni desmayos atacantes, con regularidad en el ritmo y con la cadencia adecuada. Asombroso, si nos atenemos a su trayectoria zigzagueante. Seguramente, en este repentino restablecimiento de sus contínuos achaques, habrá tenido que ver algo el azar, pero también la necesidad ha contribuido en buena medida a la reacción positiva. Instalado desde los albores de la temporada en esa cómoda tercera plaza que parecía infranqueable para los demás, el equipo se había acomodado y parecía carecer de mayores estímulos en la Liga. Ha tenido que llegar el Málaga, asaltar y conquistar la posición, para provocar un acto de rebeldía, de exaltación del amor propio, dolido por lo que había que soportar de los rivales y lo que tenía que escucharse de los amigos. Pero a esa insurgencia también han ayudado factores tangibles, pequeños si se quiere, pero perfectamente identificables. Uno ha sido la reincorporación de Ricardo Costa a la titularidad. Investido con la capitanía, el portugués, que tantas muestras de fragilidad defensiva dio en el pasado, es ahora una roca firme e infranqueable y juega con una seriedad y una responsabilidad contagiosa, que ha elevado el nivel de la zaga: un solo gol encajado en tres partidos, algo casi inaudito. Otro ingrediente constante en esta reacción es la presencia de Topal.

El turco ha dotado de viveza, contundencia y agilidad a la posición de medio centro. Y un tercer elemento común en las tres victorias ha sido Parejo, un eficaz distribuidor de juego que filtra pases por donde los demás no saben o no se atreven a meterlos. Los tres han asumido la titularidad de repente, lo que también nos induce a pensar que algo ha cambiado en el entrenador que ha adoptado estas decisiones. Unai Emery, sin tener encima la carga de su renovación, parece liberado de las presiones institucionales y de los compromisos del entorno, que tanto agobian, y ha tirado por la calle de enmedio. Prometió, en plena crisis, que el equipo volvería por sus fueros y, por ahora, lo está cumpliendo. Nadie más que él confiaba tanto en este Valencia.

Esta mejoría -¿coyuntural?-, no obstante, no oculta los defectos estructurales del club. Esos habrá que abordarlos, pase lo que pase y acabe como acabe la temporada. Otro curso así nos puede tornar paranoicos.