La calle de la Melancolía es una de las vías que, junto al río Manzanares, circunda el Vicente Calderón. El nombre se ajusta como pocos a la metafísica del club «colchonero», que ha hecho literatura del infortunio congénito que acompaña a su historia.

El clímax del mito del «Pupas» llegó el día de San Isidro de 1974. El Atlético saboreaba su primera Copa de Europa, con la final contra el Bayern de Múnich decantada con un golazo de Luis Aragonés a Sepp Maier en la prórroga. A falta de un minuto para que acabara el tiempo extra, un central rudo y torpe, el alemán Hans-Georg Schwarzenbeck se inventó un zapatazo imposible que igualó el marcador. No existía por entonces la tanda de penaltis, por lo que la final se volvió a jugar tres días más tarde en el estadio Heysel de Bruselas. Los bávaros pasaron por encima del Atlético por 4-0.

Aquella decepción fue todo un impacto generacional para la hinchada rojiblanca, que arrastró durante mucho tiempo la nostalgia y el pesar de aquella decepción. Décadas después, el propio club sacó rédito de esa aflicción, con ingeniosas campañas de publicidad —«¿Papá, por qué somos del Atleti?»— o con el himno del centenario escrito e interpretado por Joaquín Sabina, uno de sus hinchas más célebres, que se lamentaba en «Qué manera de palmar» de las propias desdichas: «Para entender lo que pasa/hay que haber llorado dentro/del Calderón, que es mi casa/ o del Metropolitano,/ donde lloraba mi abuelo/ con mi papá de la mano».

Sin tanto dramatismo se digieren las desgracias en Mestalla, que si bien peca de fanfarronería con el viento a favor, no se castiga en la tentación de hacer poesía con la derrota. Los valencianistas también disponen de un ejemplo calcado al sufrido por el Atlético, en la final de la Liga de Campeones de 2001 en Milán, y contra el mismo rival, el Bayern. No puede haber desenlace más dramático que aquella tanda de penaltis, las paradas de Oliver Kahn, hiperbólicas como el disparo de Schwarzenbeck, el llanto desconsolado de Cañizares... El Valencia completó su semana trágica con la chilena de Rivaldo en el último minuto del último partido de Liga de la temporada, que dejó a los blanquinegros sin opción de reeditar la revancha europea. A lo largo del verano, el Valencia cambió de presidente, de entrenador e incluso de capitán, con la marcha de Mendieta a la Lazio. De aquel desastre no se incubó ningún achaque melancólico. El Valencia se reinventó de tal manera que al año siguiente ganó la Liga, acabando con una sequía de 31 años.

En los enfrentamientos entre los dos equipos el Valencia no ha salido tan bien parado en la historia reciente. El último título conquistado, la Copa del Rey de 2008, pasó por dejar apeado al Atlético en cuartos de final, pero los «colchoneros» salieron victoriosos en los cuartos de final de la Liga Europa en 2010 o en las semifinales de Copa como la de 1996, un año en el que los atléticos también se llevaron el título de Liga, luchando codo a codo hasta el último encuentro con los valencianistas, entrenados por Luis Aragonés.

El nuevo «Pupas»

El «pulmón» del Atlético de aquel doblete, el «Cholo» Simeone, volvía a cruzarse en el camino del Valencia, ésta vez desde el banquillo de los madrileños. En juego, de nuevo el «clásico» de dos eternos aspirantes, de dos metafísicas distintas de entender el fútbol. Desde el valencianismo, necesitado de agarrarse a razones para motivarse ante los pocos motivos que le presta su equipo, se invocó el espíritu del sangrante penalti no pitado a Zigic. Pero el Valencia, más que apretar los dientes, los castañeó de nervios, desbordado por la cita.

El Atlético, con las ideas claras, se marchó a por el partido, a por la posibilidad de soñar con la final de Bucarest, desde el primer minuto. Ante la avalancha de carácter de los locales, el Valencia, ni con el apoyo de 1.500 aficionados y de la propia historia, que dice que ganó las siete semifinales europeas que disputó hasta el momento, dejó de temblar. Los de Emery se dejaron llevar, regalando otro nuevo episodio de impotencia en esta temporada. Como el pasado domingo ante el Espanyol, o en otra de la quincena de remontadas sufridas en contra. Ejemplos más que sobrados para que el Valencia de Emery haya tomado prestada este curso la leyenda del «Pupas» para lamento de sus aficionados, que se preguntarán aquello de «¿Papá, por qué somos del Valencia?».

Queda la vuelta, 90 minutos en los que puede pasar de todo, pero mucho tendrán que cambiar para que este Valencia de final de época consuma una remontada histórica. Pero el Atlético, encajando goles en los minutos de descuento de cada parte, siempre está a tiempo de reclamar los derechos de su mito fatalista.