Las ceremonias inaugurales y de clausura de los Juegos Olímpicos no son actos que sirvan como prólogo y epílogo al deporte. Son actos en los que se pretende deslumbrar con la magnificencia de los valores nacionales. En la apertura, los atletas son considerados figurantes dentro de la gran película en que consiste el acto. Son protagonistas únicamente cuando en el desfile hay países en que visten de manera colorinesca a los suyos. Son momentos en que se aprecia la estética de quienes no contravienen las costumbres propias y de quienes se avienen a vestir de acuerdo con lo que mandan las grandes casas de la vestimenta deportiva. Hay en ello cierto sentido de pasarela de moda ya que con los modelos que se exhiben se pretende imponer el pret a porter informal. De cada ocasión surgen modas para la temporada entrante.En los desfiles siempre llama la atención el lujo de colores que exhiben los representantes de los países africanos. Suelen ser la nota más destacada en lo que al respeto a lo propio se entiende. Esta vez en Londres, lo más sorprendente ha sido la aparición de mujeres de países islámicos en los que la libertad para el deporte es escasa y la libertad para el uso de la ropa deportiva, mínima. Han sido abanderadas y las hemos visto con pañuelo y sin el, independientemente de los países que representaban. Entre los más estrictos, ni un milímetro fuera de la sharia, o sea, la ley islámica. Los países organizadores aprovechan la presencia de los atletas para programar actos en lo que vender más caros los derechos televisivos. Se sabe que las televisiones de casi todo el mundo transmiten en directo estos actos. Londres quiso epatar a todos lo anterior y si Pekín lució cierto carácter militarista y sobre todo, manejo de grandes masas y su actuación en bloque, sin apenas inspiración individual, Londres quiso hacer un canto de todo lo británico.

La inauguración duró más de cuatro horas y para deslumbrar no importó que la celebración comenzara el viernes y acabara el sábado. También ocurrió con la clausura en la que los Juegos, en realidad, terminaron el lunes.En ambas ocasiones se trató de un acto claramente propagandístico en lo que se refiere a su música. Los ingleses nos pasaron por la cara a todas sus grandes figuras, Incluso revivieron en un video a John Lennon. Todas cruzaron la pasarela de la fama.También en Barcelona se aprovecharon las voces de los mejores cantantes de ópera y hasta Montserrat Caballé grabó un disco con un cantante pop inglés. Si Barcelona echó mano de la danza española, Londres recurrió a todos su grandes ídolos alguno de los cuales, como Paul McCartney percibió un fortunón por aparecer cantando con la voz que le va quedando, tocando el piano e invitando al publico a participar y convertir su canción en interpretación colectiva.Londres invirtió 35 millones de euros en la ceremonia inaugural porque se trataba de dar una muestra imperial de la Commonwealth. Seguramente, como suele suceder en estos casos, habrá millones de telespectadores a quienes entusiasmó tanta secuencia televisiva. Tal vez lo menos esperado y más sorprendente de la inauguración fue el hecho de que aparecieran unas enfermeras que no gustaron nada al primer ministro David Cameron porque aquello se interpretó como protesta por la sanidad que no es la que se desea.En cada inauguración cada país pretende sorprender con un hecho casi inconcebible. Los Ángeles se hizo aterrizar a un individuo que parecía colgado del cielo, En Barcelona, la antorcha la encendió un arquero y en Pekin pareció que la llevaba por lo alto de la tribuna in individuo.

Lo de la antorcha londinense ha tenido más parafernalia por el hecho de llevarla en barco por el Támesis y encender no un pebetero como es la habitual, sino una especie de lámpara de las mil luces que luego hubo que trasladar y hasta se creyó que había sufrido un apagón organizado. Antes, las ceremonias eran unos detalles de la gloria localista y los juramentos de atletas, entrenadores y árbitros. Ahora, estos parlamentos casi pasan inadvertidos porque son lo menos televisivo. Londres ha expuesto una estética tan singular que hasta se ha ciscado en tradiciones como la de recibir en el estadio olímpico al ganador del maratón con la fanfarria celebrando su hazaña. Ahora lo que importa son las cuatro horas de espectáculo televiso. Filípides es cosa de la historia griega que no viene al caso.