Los cambios socioeconómicos y la transformación de las ciudades se han llevado por delante paisajes y costumbres. La desaparición paulatina de la huerta, por ejemplo, en extinción dentro de la ciudad de Valencia, ha conllevado también la pérdida de aficiones adheridas al entorno rural autóctono hasta convertirlas casi en objeto de museo. Algo así ocurre con las «Corregudes de Joies», que este pasado fin de semana han vivido su cita anual en Pinedo, pedanía donde resisten casi en exclusiva.

Por tradición y antigüedad, las «Corregudes de Joies» son la tercera práctica deportiva nacional más importante, tras la pilota y la colombicultura. En palabras del investigador y profesor de la Universitat de València Víctor Agulló, esta modalidad «tiene su origen en una competición espontánea entre los labradores para ver quién tenía una aca o rosí más rápido».

Como es conocido, los jinetes montan a pelo y se cruzaban apuestas. La carrera no va más allá del kilómetro (700 metros, en la de este viernes) y se enfrentan varios caballos. Tradicionalmente, el ganador, además del reconocimiento de su pueblo, para quien constituía un honor, recibía un pañuelo de seda —la joia—, de ahí el nombre, y se lo regalaba a su prometida, pues los competidores son jóvenes.

De la Alameda a Malilla y la Punta

La de les joies es una tradición valenciana ancestral. Su origen es incierto pero quizás se sitúa en el siglo XVIII aunque esta costumbre vivió su «época dorada en el XIX», apunta el profesor Agulló, que ha desarrollado un análisis histórico y sociológico sobre las carreras en la obra «Una visión del deporte popular valenciano (1868-2011)». Cuentan las crónicas antiguas que mientras las tropas napoleónicas asediaban Valencia en la Alameda ya se organizaban retos entre jóvenes. Una de las primeras pruebas documentales data de 1816. En ella el viajero francés Alexandre Laborde se sorprende con unas carreras con las que los labradores «solemnizan los días de los santos patrones».

No es gratuita la referencia a la Alameda. La capital del Túria «ha sido el principal referente geográfico» de esta práctica, con pruebas asentadas y de solera en múltiples distritos durante todo el siglo XX. El antiguo cauce del río acogió innumerables carreras. Uno de los retos más importantes era el de Malilla, que sobrevivió hasta los años 90. Hasta los ochenta habían existido los de la Font de Sant Lluís y La Punta. Una década antes se extinguieron las pruebas en Castellar-Oliveral. Y en Monteolivete y el entorno de la actual Avenida del Cid no pasaron de los 60. Fueron escenarios de las hazañas de jinetes de leyenda, como Lagartijo, de Forn d’Alcedo, el Tio Xapa de Castellar, y, tras ellos, Caguetes de l’Oliveral. En la época moderna (entre los 70 y 90), hicieron fama Rafaelín de Pinedo, Clemencia, de Benimaclet, el Gitano, de Valencia, o Masena, de Malilla.

La llegada del asfalto ha hecho que la tradición cambie los caminos de tierra por la playa, hasta el punto de que la de Pinedo —aunque en Oliva, Puçol y Castelló también sobreviven— se ha convertido en el gran referente: el reducto de esta práctica de «valentía, equilibrio, audacia y riesgo». Pero no es una novedad: hace un siglo ya se celebraban en el Camí de l’Església y el Caminot, que partía la pedanía y estaba bordeado por dos acequias. Algunos espectadores solían caer por la aglomeración y la intensidad del momento, narra Agulló, que ha apelado a la memoria de los aficionados veteranos para reconstruir la historia de este deporte.

Algo similar en la Toscana

Lo cierto es que la herencia etnológica de esta costumbre centenaria recuperada los últimos cuatro años en Pinedo está fuera de dudas. La tradición ecuestre es un elemento común a todo el mundo desde las civilizaciones antiguas. «Las autoridades deberían poner en valor les corregudes y seguir el ejemplo del Palio de Siena en la Toscana o, salvando las distancias, las carreras de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)», explica Agulló. En esencia, la costumbre se mantiene, con la montura a pelo, el regalo del pañuelo y la incorporación de la mujer a las carreras, que incluso han vencido alguna de las últimas pruebas.