Sostienen los clásicos que un equipo de fútbol se arma desde el portero al delantero centro, pasando por el mediocentro. Con esa espina dorsal potente y bien dotada, el resto de integrantes del entramado pueden ser complementos de mayor o menor valor, que harán grande al conjunto o lo dejarán en mediocre. Pero, al revés; si el eje central flaquea, los demás aditamentos ya pueden ser buenos, que el equipo nunca terminará de carburar. Por supuesto, si las restantes demarcaciones son ocupadas por futbolistas de alto nivel, estaremos ante un equipo de alto rendimiento.

Con el fichaje de Hélder Postiga, el Valencia pretende cubrir el vacío que sufría en una de esas posiciones emblemáticas: la que simboliza el dorsal número 9. Sin la fama ni los aderezos mediáticos de 0tros delanteros, Postiga aterriza en Mestalla en la plenitud de su carrera, con 31 años recién cumplidos y casi medio centenar de internacionalidades a sus espaldas. Un currículo que a otros les bastaría para ser recibidos a bombo y platillo, pero que en su caso no es suficiente para despejar las dudas que suscita, al no estar catalogado como un goleador de primer nivel. Eso si, tampoco ninguno de sus críticos se atreve a descartar que vaya a serlo. Sobre todo porque va jugar en un equipo puntero de la -todavía- mejor liga del mundo. En efecto: el Valencia posee mayor vocación ofensiva que los anteriores clubs donde militó, y pisa durante más tiempo y con muchos más efectivos el área rival. Ese hábitat resulta fundamental para un goleador. Y aquí lo va a encontrar. El portugués pasa de un club acostumbrado a coquetear con el descenso -y muchas veces, como ahora, conquistarlo- a otro que compite en la Champions, o aspira a jugarla. El salto es importante y, como sucede en muchos casos, comporta también un avance cualitativo para el futbolista que lo protagoniza. Ese es el gran desafío que tiene por delante Postiga. Rodeado de mejor coro, cualquier buen solista destaca. O Postiga da ahora el salto, o su carrera finalizará como la de un futbolista de segundo rango.

Para el VCF, la apuesta es arriesgada. O confía en la progresión de Hélder, o se deja arrastrar por la demagogia fácil y se gasta el dinero que no tiene, en otro fichaje. Eso, más que un peligro, sería un error. Así que dada la delicada coyuntura por la que atraviesa el club, y en contra de las revolucionarias proclamas del mayo francés, el presidente Salvo haría bien en ser más realista que Aurelio M. y no pretender lo imposible.