Si el aficionado tomase al pie de la letra los anuncios que lucen sobre el pecho los futbolistas, estaríamos asistiendo en realidad a pintorescos partidos entre la selección del emirato de Qatar, representado por el Barça,y la de la república exsoviética de Azerbaiyán que tiene al Atlético colchonero por paladín.

Los padrinos con los que se bautizan los equipos de la Liga española son cada vez más exóticos. El Barça, que es más que un club y menos que un imperio, se había resistido hasta no hace mucho a manchar la camisola del equipo con patrocinios comerciales; pero al final ha sucumbido a la tentación. Por un puñado de cien millones de euros, su mecenas es un emir de los que nadan en petróleo, elección en la que coincide con su tradicional antagonista, el Real Madrid,que ha puesto su camiseta bajo las alas de una compañía aérea de los Emiratos del Golfo. Los chinos, que están en todas partes, no han desembarcado aún con su enorme poderío en la Liga; pero ya cuentan con una tímida avanzadilla en el Valencia, club acogido al patrocinio de Jinko, una empresa de Pekín dedicada a las energías renovables. Y la presencia de los países emergentes de Latinoamérica se limita, por ahora, a la promoción turística de Cancún que hace el Espanyol en sus camisolas. Esta internacionalización de la Liga tuvo, como casi todo, un precedente en Galicia con los derbis que años atrás enfrentaban cada año a los turcos del Deportivo con los portugueses del Celta. Así se reputaban entre ellos, por indescifrables razones, los aficionados más pasionales de cada uno de los equipos. El clásico vagamente fratricida que enfrentaba a los dos clubes, en realidad,un partido internacional entre la selección otomana y la de la vieja Lusitania. Más o menos eso es lo que ahora sucede con la Supercopa de España, elevada al rango de torneo internacional por el Emirato de Qatar y la República de Azerbaiyán que alquilan con fines publicitarios las camisetas del Barcelona y el Atlético. La contienda puede ser aún más paradójica cuando los azares del calendario enfrenten al Barça y al Real Madrid o, lo que es lo mismo:al emir de Qatar con el resto de los Emiratos Árabes Unidos.

El dinero y el balón se hicieron redondos para que el mundo gire, de tal modo que era inevitable antes o después la confluencia entre los petrodólares y el fútbol. Los jeques, emires y caídes del mundo árabe le han cogido gusto a las ligas europeas hasta tal punto que lo mismo le alquilan el uso del uniforme al Barcelona y al Madrid que,ya puestos, les compran el club entero a los ingleses del Manchester City o a los franceses del París SaintGermain. Fácilmente se deduce de todo ello que el petróleo es el combustible del que se alimenta el mundo del fútbol. Petroleras son las naciones árabes que poco a poco se van haciendo con el control de equipos y camisetas europeas; y abundante en oro negro y gas precioso es igualmente la República de Azerbaiyán.