Vicent Abad, «El Rebujet» era fiel a la misa de 10 de cada domingo en la iglesia parroquial de Foios, su pueblo. Tras ella, la partida de «pilota al carrer» le esperaba con cierta impaciencia. Su mejor amigo, «El Rubiet» ya se había encargado de montarla: «jo confiava molt en ell. Sabía que si el Rubiet l'arreglava tenien possibilitats de guanyar-la» nos dice el protagonista. «A mi m'agradava jugar per dalt corda. Lo de les 'ratlles' no me cridava». El «Rebujet» y el «Rubiet» de Foios, dos jovenzuelos, se enfrentaban a los mejores del pueblo. Y si tenían oportunidad lo hacían contra los mejores de otros pueblos. Así ocurrió en las fiestas de Buñol cuando, aprovechando su estancia en un albergue cercano, desafiaron al poderoso equipo de Godelleta en el verano del 47… y le vencieron para sorpresa de casi todos.

Había cumplido 20 años y hubo de pasar el trago de comunicarle a su madre una decisión irrevocable: se marchaba al seminario. «Mare: he de dir-te una cosa molt important». Y ella, intuitiva, le recomendó que se lo dijera después de misa. Estaba convencida de que le iba a pedir permiso para presentarle «oficialmente» a la chica con la que empezaba a salir. Se quedó helada: «Mare, vull anar al seminari perqué vull ser missioner». Fue muy duro, sabía que no volvería a verla en un mínimo de 15 años…La respuesta fue consoladora: «Si esa es la voluntad de Dios, adelante».

La madre le confesó entonces las palabras de su padre cuando conoció que ella estaba encinta. Ya tenían tres hijas y el matrimonio había decidido cerrar capítulo. Una misión en Foios de los padres jesuitas Corrons e Iniesta, en el verano de 1929, les convenció de abrirse a la vida y llegó el deseado varón. El padre, gravemente enfermo, fue profético. «No et preocupes Dolors. Si es xiqueta la rebren en amor i si es xiquet podrem dir que es missioner, ja que ha nascut després de la missió». Dos días después de nacer Vicent, murió su padre.

Y, quizás cumpliendo la profecía del progenitor, Vicent acabó recalando como sacerdote misionero en el vicariato apostólico de San Jorge, en el noroeste de Colombia, en plena selva, en un territorio donde no existía Estado, dominado por bandas armadas. La única vía de comunicación era el rio San Jorge, tras dos jornadas de navegación en viejas canoas a motor: «Había que ayudar a los indios katios y anunciarles a Jesucrito. Construimos un hogar para su formación humana, académica y religiosa, con ayuda de las Hermanas Lauritas. Fue una etapa muy hermosa. Los bandoleros de las incipientes FARC nos respetaban porque nuestra entrega era generosa a favor de los más necesitados», afirma quien se sigue considerando misionero a los 83 años.

Regresó a Valencia en el 2005. Vive en la calle Trinquet de Caballeros, en la residencia sacerdotal San Luis Beltrán, misionero dominico valenciano que evangelizó en Colombia y que destacó por la defensa heroica de los indígenas frente a los encomenderos. «Ya ves, que casualidad, recalar en el lugar donde murió aquel santo valenciano» afirma.

Entre los muros del que fue «hospital para sacerdotes pobres», contemplado la belleza de sus paneles de cerámica valenciana, recuerda su etapa como rector del seminario de Nicaragua durante once años. «Allí recibí la encomienda de Isabel la Católica que el embajador de España propuso al rey y que me entregaron en presencia del nuncio apostólico». También fue director del Instituto Español de Misiones. «Hoy tengo la satisfacción de que el seminario de Managua está lleno. En América hay un rebrote de vocaciones», afirma satisfecho.

La vuelta a Foios, donde celebra misa diaria, ha sido el reencuentro con la pelota valenciana. Siempre que puede, acude a ver las partidas. Y algunos aficionados todavía le recuerdan que si jugara él no perderían los del pueblo. «Desgraciadament ja no está el Rubiet per a guanyar a qui es posara per davant», comenta sonriente un hombre de 83 años plenamente feliz.