Las cábalas saltaron hechas añicos, pues los pronósticos apuntaban a una final Madrid-Tokio después de los problemas que habían sacudido en forma de revueltas sociales y la posibilidad de la extensión del conflicto sirio a Turquía.

De nada le sirvió a Madrid partir en la línea de salida con la mejor nota del corte de Quebec, ni un informe favorable de la Comisión de Evaluación que minimizaba los riesgos económicos que podría suponer la crisis para construir las pocas infraestructuras necesarias (el 80 por ciento ya estaban hechas) porque salió peor parada que en las anteriores tentativas.

Así, esta nueva intentona de Madrid por albergar unas Olimpiadas deja un gasto total de 28 millones de euros que se reparten en dos fases. Una primera como ciudad aspirante (3 millones) y otra como ciudad candidata (25 millones).

La financiación pública, aportada por el Ayuntamiento de Madrid, ascendió a 11 millones de euros, mientras que la privada fue de 17 millones, provenientes de un plan de patrocinio desarrollado por la Oficina de la Candidatura de Madrid 2020 y que consistió en aportaciones dinerarias o en especie.

A todo ello tendríamos que sumar los al menos 10.000 millones de euros que se habrían invertido en unas infraestructuras que seguirán soñando con tener unas Olimpiadas, quién sabe si en 2024.