Hoy es el Día. Lo escribo con mayúscula inicial porque no deseo ser reo del crimen de lesa patria (valenciana, claro). En esos niveles se mueve el asunto este de los JJ.OO. y la subsede velera de aquí. De modo que, si Madrid es que no, España, y con ella Valencia, caerá en la depresión generalizada. Y si es que sí, si nos sale el gordo de Buenos Aires, se me pone la piel de gallina solamente de pensar en la que se nos viene encima, desde ahora al 2020. Madrid, ciudad olímpica. Y Valencia, como no podía ser de otra forma, su subsede. A sus pies. A sus órdenes. Lo que sea menester. Como siempre.

Para que la cosa no me pille desprevenido, echo mano del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que es lo primero a lo que recurren, en caso de apuro, los periodistas decentes y de orden. Busco el término subsede y no figura como tal. O sea, que de entrada, ni estamos. Como si no fuéramos nada. O muy poca cosa, si nos atenemos a la definición que ofrecen otros diccionarios de segundo rango: «Sede filial o dependiente de otra». Sin novedad en el frente. Valencia ya hace siglos que depende políticamente de Madrid, está socialmente supeditada a ella, culturalmente es su sucursal, le acaba de traspasar el poco poder financiero que manejaba y hasta futbolísticamente depende de Bankia, cuyas torres emblemáticas se erigen en el paseo de la Castellana y no en la calle Pintor Sorolla, como todavía creen algunos ilusos. Así que nada. A callar y a obedecer toca.

Pese a que subsede no implica servidumbre, acatamiento ni sumisión, me temo que, a la vista de los precedentes, lo primero que hará la alcaldesa del Cap i Casal, será ponerse a los pies de su colega de la Villa y Corte. Eso, si no le hinca la rodilla mientras le besa la mano, como acostumbra. De momento, ya se ha puesto dadivosa: «Valencia es el mar de Madrid», les ha ofrecido, sin que ninguna de ambas, ni la mar ni Valencia, sean de su propiedad, como para ir regalándolas alegremente. Ante tal panorama, algunos valencianos esperamos „exigimos„ el trato igualitario que merecemos y el respeto institucional que nos corresponde. No somos criados de nadie. Y menos, de Madrid 2020. Ni la Copa del América, ni la Fórmula 1 nos sacaron de pobres. Tampoco ahora nos va a llover el maná.

En fin, que se avecinan, probablemente, los siete años más atosigantes de nuestras vidas. Paciencia. Por mi parte, y ante el envite de esta noche en Buenos Aires, me uno al moderado entusiasmo de mis amigos gatos/as y exclamo con Leo Messi: ¡Viva Madrid!. Eso sí, que no se confundan: de ¡hala Madrid!, nada de nada. Hasta ahí (n0) podíamos llegar.