Decía Machado que «todo necio confunde valor con precio». Los filósofos insistimos en eso de que no hay tasa para la dignidad o el amor, por ejemplo. Lo valioso vale en sí mismo. Por eso mi madre asegura que su nieta Isabel vale todo el dinero del mundo. Tamaña hipérbole ajusticia la inmensa valía de la criatura. Pero hete ahí que Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, presupuesta la vida humana a su antojo. A un tal G. Bale le da un valor de 92 millones de euros, pagados a tocateja. A mí me causa pavor un tiparraco fastuoso como ése. Oiga, córtese un poco, cacho Florentino: cómprese un imperio como todo hijo de vecino millonario. Tipos como yo comemos hacendado para economizar, ¿y usted derrochando opulencia?

El caso es que uno se siente un pringado ante semejante cochinada moral. Para que luego digan de la indecencia de las prostitutas. Visto lo visto, nadie como Ronaldo o Messi para vender su cuerpo como Dios manda ¿Y a qué precio, por cierto, podría ofrecerse un chico inteligente como yo? ¿Qué pesa más en la balanza de la mercancía humana? ¿La altura? ¿El culo? ¿La simpatía? Dicen los madridistas que Bale vale mucho. ¿Y yo qué? ¿Y mi sobrina? A ver si resulta que los individuos nacen etiquetados. Quién sabe si eso del valor es una inventiva o ensoñación ética. Al final Florentino es el coco, pues desestructura el ideario filosófico de la buena gente. Pobre mi ingenua madre que duerme a pata suelta pensando que nada vale más que su Isabel. Como venga a Sueca el millonario agorero se va a enterar de lo que vale un peine, peineta e Isabel.

Adiós a Machado y a la madre que me parió. El discurso del valor del ser humano se rompe en añicos. Aún así, extravagantes como un servidor y Manolo Escobar morirán pensando que «ni se compra ni se vende el cariño verdadero, no hay en el mundo dinero para comprarlo». Ya saben: lo que vale, vale. Otros, pura mediocridad, se encoñan en lo que vale Bale.