De entre todos los falsos mitos que salpican la historiografía deportiva, uno de los que más irrita a los estudiosos es el que juraba que entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939 el deporte desapareció en España. La voluntad orwelliana del régimen de liquidar todo rastro de la realidad republicana mantuvo enterrada durante décadas una actividad casi frenética que, en palabras del profesor Josep Bosch, contribuyó a dotar de una patina de normalidad a un país en guerra. El deporte «como sedante» para aliviar el día a día, sintetiza.

Bosch acaba de publicar su tesis, «L´esport valencià durant la Guerra Civil (1936-1939). Un estudi historiogràfic», probablemente la mirada más exhaustiva y transversal con que se ha abordado el asunto. Y la primera conclusión es la más evidente: frente a lo sostenido durante medio siglo, la pelota siguió corriendo entre las bombas.

Pilota valenciana (y vasca), carreras de galgos y fútbol fueron la trilogía de deportes que distrajo a los valencianos del ´cap i casal´. Bosch ha documentado al menos 2.700 acontecimientos deportivos en Valencia y provincia entre el 18 de julio del 36 y el 1 de abril de 1939, a razón de casi tres al día. El trinquet de Pelayo podría simbolizar cómo el deporte trató de sortear el caos. Tanto la catedral como el Frontón Valenciano y el Jai-Alai programaron duelos durante los mil días de contienda (sólo cerraron 33 jornadas). Pelayo anunció partida incluso el 30 de marzo del 39, cuando los rebeldes entraban en la capital.

También despuntaron las carreras de galgos, en el canódromo Valencia y en Vallejo, el antiguo campo del Levante UD de la calle Alboraia. Contra lo que pueda creerse, la pilota será la modalidad deportiva con más presencia durante la guerra (más de 1.500 veladas organizadas), y eso que entonces el fútbol ya era el rey.

Existen motivos de raigambre e implantación nacional que explican la resistencia de un deporte que era religión. Sin embargo, las razones de la preeminencia de la pilota sobre el fútbol son algo más prosaicas. En 1938, la Dirección General de Seguridad prohíbe el balompié para evitar tragedias. Un partido propiciaba una aglomeración que podría causar problemas de evacuación. Además, desde el aire el campo era un objetivo visible. El trinquet, imbricado en la trama urbana, queda fuera de la prohibición. La afición de aquellos años disfrutará incluso de apariciones estelares como la Edorza menor, 'el fenómeno', un vasco tenido por uno de los mejores pelotaris de cesta punta de todos los tiempos.

Hubo más: carreras de galgos, boxeo, pruebas ciclistas, festivales atléticos, natación, jockey hierba, rugby, baloncesto, exhibiciones de gimnasia, y hasta un rareza, como el primer partido de fútbol americano conocido, entre una selección de las Brigadas Internacionales y la tripulación de un barco estadounidense.

Y fútbol, claro, el deporte más investigado en este periodo, con episodios míticos como la conquista por el Levante FC de la Copa de España de 1937, símbolo del olvido y que no ha sido puesta en valor hasta recientemente. Bosch se apunta el «rescate» de Rodríguez Tortajada, el presidente número 13 del Valencia CF represaliado por su militancia valencianista y de izquierda que la historia oficial había enterrado, como ya contó Levante-EMV.

A lo que no pudo escapar el deporte fue a la politización, una tentación en la que han caído gobiernos de todas las ideologías desde el antiguo Egipto. Un fenómeno capaz de aglutinar a miles de personas en un mismo recinto se convirtió en «arma propagandística del Gobierno de la República». La Internacional o los discursos políticos eran habituales antes de cada partido. Hasta el teniente Fabra, que frenó a los golpistas en Paterna, tuvo su homenaje antes de un partido, cita el autor como anécdotas.

Más allá de la competición estricta, el Gobierno desarrollará una planificación deportiva como elemento de propaganda interna y en el extranjero; y como mecanismo de mejora de la salud y la condición física en un contexto bélico. De ahí la creación de un Consejo Nacional de Educación Física, un cuerpo de profesores o la inclusión de esta disciplina en los planes de estudio.

Con todo, los clubes trataron de mantener la guerra alejada de sus instalaciones. Bosch constata cómo en las sociedades más importantes serán personas vinculadas con sus estructuras los que asuman el control y se incauten del club: socios de la burguesía republicana, empleados y jugadores en activo tomarán el mando al estallar la guerra. La intención era clara: alejar a elementos incontrolados que distorsionaran el sentido de las entidades. Así, el expilotari Faixeret de Gandia será el gerente de Pelayo (y continuará tras la guerra). En Mestalla, el secretario técnico Luis Colina, el portero Cano, o el mito Eduardo Cubells asumirán el control junto a Rodríguez Tortajada. Y en El Grau, los veteranos dirigentes Carsí, Monfort o el capitán Juan Puig mantendrán la normalidad en el Levante FC. Siempre gente de la casa.

Prohibido soltar palomas

Con más o menos dificultades, el deporte continuó mientras el frente se mantuvo a una distancia prudencial, pero la guerra condicionaba hasta actividades recreativas tan arraigadas como la colombicultura. El Estado Mayor del Ejército del Aire emitió una orden prohibiendo la suelta de palomas para no distraer a los palomos utilizados para enviar mensajes. También se extrema el control sobre la caza. Las armas de fuego son requisadas y se vigila quien puede tener una por el uso que, lógicamente, puediera dársele.

Del frente al estadio en los ratos libres

Del mismo modo que el conflicto condicionaba cada ámbito de la sociedad, la mayoría de los jóvenes deportistas tuvieron que implicarse directamente en la guerra. Así, futbolistas míticos de los dos equipos de la ciudad terminaron en la trinchera. Como Ramón Balaguer (del Gimnástico, más tarde Levante UD); Aparicio, del Valencia, o el legendario Agustí Dolz (bombeja Agustinet!), del Levante FC. De Agustinet se exaltaba su participación en los partidos con el Levante cuando bajaba de permiso desde el frente de Teruel.

A otros les fue peor: Arater, defensa levantino, murió en Teruel. También Antonio Folch. Y muchos hubieron de exiliarse, como el recordado atleta José Lacomba (autor de tres récords en un día), el campeón de Europa de boxeo Martínez de Alfara, o Manuel Usano, un ´sportman´ de los 20 y 30, profesor de la Universitat de València y primer español en un congreso de medicina deportiva. j. l. g. valencia