Víctor Valdés, el mejor guardameta español del momento y Sandro Rosell, presidente del Fútbol Club Barcelona viajan en el mismo barco pero no reman juntos. Las relaciones del portero con los estamentos de la entidad, los medios informativos e incluso sus compañeros, nunca han sido fáciles. Y, además, el público del Camp Nou ha tardado años en reconocerle su categoría profesional. Para rematar la función se siente discriminado económicamente porque considera que su participación es tan valiosa como las de otros grandes jugadores del club. Se supone que tiene comprometido fichaje multimillonario.

En el caso de Valdés, como en el de Pep Guardiola, la sombra de Joan Laporta es alargada. El guardameta tenía mejores conexiones personales con el expresidente que con el actual. También estaba más a gusto con Txiqui Begiristaian que con Andoni Zubizarreta, directores deportivos. Sin embargo, los momentos de desencuentro de Valdés con el club y su entorno comenzaron hace años.

Se le acusó de no querer entrenarse con el B, cuando Van Gaal lo había subido al primer equipo, y en realidad tenía permiso del club para no hacerlo por compromisos personales. Que los medios se hicieran eco de la aparente negativa, fue el punto de partida de su poca relación con los periodistas. Éstos suelen tener en cuenta que muy pocas veces pasa por la zona de entrevistas y que únicamente los convocó para dar a conocer su decisión de marcharse.

Valdés ha sido jugador poco comunicativo. Su carácter retraído no le ha ayudado a tener mejor imagen. Tiene sin digerir la querella de que durante varias temporadas el público no lo considerara legítimo heredero de un puesto por el que han pasado jugadores tan queridos como Ramallets, Sadurni, Urruticoechea o Artola. Ha sido al cabo de once años cuando ha sido unánime el respeto y admiración por él. Y la petición para que sea titular en La Roja.

Víctor, según reconocen en su entorno, es de carácter educado, pero poco entrañable. Está constantemente encerrado en sus ideas y ello le crea hasta cierta incomodidad entre sus compañeros. De éstos cuando ha hablado ha sido para mal. Tras el partido de Liga de Campeones en Paris ante el Paris Saint Germain les acusó de falta de intensidad en el juego. Entre ellos tampoco sentó bien que anunciara su deseo de abandonar el club temporada y media antes de terminar su contrato y que lo hiciera en momento tan dramático como el de la recaída de Tito Vilanova y su internamiento en Nueva York. Vilanova creyó que a su vuelta lo convencería y no fue posible.

El anuncio de su marcha no tuvo plácemes. Los medios barceloneses lo acusaron de desagradecido, porque el Barça se lo dio todo. En el fondo de la cuestión, además de sus desconfianzas con Rosell manda la cuestión económica. Tras la última reunión con el presidente fue cuando se decidió a anunciar su decisión de abandonar el club. Ginés Carvajal, su representante, argumentó que su contrato es muy inferior a los merecimientos que se gana en cada partido. Si antes su valoración era extraordinaria, esta temporada en la que hasta detiene penaltis, no hay quien le reste un ápice de trascendencia en los partidos.

Los jugadores, en momentos en que su actuación no ha sido tan excelente, le han brindado su apoyo y han justificado cualquier error como cuestiones propias del fútbol. Pero como alguien dijo, su actitud ha creado incomodidad en la plantilla. «Ha roto la paz del vestuario» se llegó a publicar.

Las relaciones con Rosell no tienen vuelta atrás. En la presentación del nuevo patrocinador del club, Qatar Airways, todos los jugadores menos él saludaron al presidente. Éste teniéndole detrás trató de cambiar alguna frase. Valdés bajó la mirada para hacia sus botas para dar la impresión de que no veía las intenciones de Rosell.

En Barcelona se apuesta por un fichaje de muchos millones de euros y por un club participante en Liga de Campeones. Parece que la sospecha de seguir a Guardiola en el Bayern no tiene mucho fundamento. Le priva más el contrato de su vida. En la directiva barcelonesa se cree que ya lo tiene firmado.