C uentan los viejos maestros del periodismo „una redundancia, porque en este oficio, cuando a uno le llaman maestro, en realidad le están llamando viejo, o sea que mejor que no„ una anécdota atribuida a un cronista de la sección de Internacional de Arriba, el diario oficial del régimen franquista „si es que el resto podían permitirse el lujo de no serlo„. Cada tarde, al llegar a la redacción, saludaba, mesa por mesa, a sus compañeros, se sentaba ante la suya, le retiraba la funda a la «Olivetti», se masajeaba los dedos en una especie de calentamiento previo y antes de arrancarse a escribir, advertía a los presentes: «¡Se van a enterar en Moscú». Obviamente, en Moscú pasaban olímpicamente de aquel sujeto y de sus peroratas doctrinarias. Pero aquel azote del comunismo, quedaba como Dios ante su conciencia, y como un osado ante los demás. Esa posición tan arrogante y teóricamente amenazadora, la siguen adoptando hoy ciertos periodistas que se ensañan con el político de turno, en nombre de la verdad y la progresía. Sus críticas son demoledoras „creen ellos„ para el gobierno o la oposición. No dejan títere con cabeza. Pero cuando surge un conflicto laboral en su empresa, no solamente agachan la cerviz, sino que encima le pasan al Redactor Jefe, el parte de los insumisos y rebeldes que incitan al resto a la protesta y el plante. Su valentía escribiendo se diluye en cobardía y miseria cuando llega la hora de actuar en consecuencia con lo que sermonean. En el periodismo deportivo, esta actitud tiene su traducción en esos osados articulistas que la emprenden a mamporros literarios con la FIFA, la UEFA e incluso la FEF, organismos, como Moscú, lejanos y distantes. Eso si: en cuanto se trata de denunciar a alguno de sus representantes de carne y hueso, cuya presencia les resulta próxima y familiar, estos valientes envainan la pluma o la lengua, y enmudecen. Como si el mero hecho de ser convecinos o paisanos, eximiera a los dirigentes de la responsabilidad que comparten en virtud de su cargo y no fueran cómplices de las arbitrariedades atribuidas al resto de sus conmilitones. Un fenómeno curioso de amiguismo, que se puede observar con frecuencia, a poco que nos fijemos en lo que (no) se escucha y (ni) se lee por estos pagos valencianos.

Llorente, con la cabeza alta.

Me alega Manuel Llorente „ y con toda la razón„ que los 52 millones pagados por el VCF en comisiones a intermediarios como yo escribí el otro día, se desembolsaron a lo largo de los últimos nueve años. De ellos, bajo su mandato presidencial, sólo se abonaron 17, 5. Y de ellos, 8,5 se pagaron a futbolistas que, al llegar libres y no tener que pagar traspaso por su fichaje, exigían una compensación. «Si yo hubiera gastado 52 millones en comisiones durante mis cuatro años de mandato, ahora no podría salir a la calle. Pero, afortunadamente, lo hago con la cabeza muy alta La gente me saluda y me felicita por mi labor al frente del club». Dicho está y aclarado queda.