Hay un sentimiento futbolístico que comparten todos los aficionados señeros no los advenedizos que, ni saben, ni entienden así sean pobres o ricos, campeones o colistas. Dice así: «Los equipos grandes tienen la obligación de ganar; los chicos, de perder lo menos posible». De esta manera tan simple pero también tan contundente, lo anunció Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, nombre bajo el que se camuflaba un enorme enamorado del fútbol: Mario Benedetti. Esa máxima del enorme escritor uruguayo, la ha dejado de aplicar el Valencia este año ante Espanyol, Betis, Swansea, Rayo, Real Sociedad, Villarreal y Almería. En cambio sí que la puso en práctica la otra tarde frente a los pardillos del St. Gallen. No cabía otra, si es que este Valencia no quiere cortar definitivamente el cordón umbilical que todavía le mantiene unido a la matriz más poderosa del fútbol europeo. A esta cuadrilla de amiguetes suizos, la escuadra de Miroslav Djukic le ha endosado ocho goles en dos partidos, casi la mitad de todos los que lleva marcados este curso. En cambio, ha encajado tres tantos en esos dos choques en el último, jugando un buen rato contra diez lo que prueba las flojeras defensivas del equipo, que esta vez tuvo en Ricardo Costa ese habitual boquete por el que acostumbran a colarse los rivales. El caso es que cuando no es uno, es el otro, pero siempre hay un zaguero dispuesto a facilitarle el trabajo al adversario. En Sankt Gallen, uno de esos regalos vino determinado por la tarjeta amarilla que pesaba sobre Costa, que le mantuvo constreñido una hora de partido, temeroso de que le cayera la segunda y tuviera que marcharse a la ducha con antelación. Esa amonestación del primer tiempo fue producto de una desaforada entrada del capitán, innecesaria e impropia de quien luce el brazalete. Algo similar ocurrió con Postiga, autor de otra falta estridente, evidente para el árbitro y para el resto de la humanidad, que nunca debería cometer un jugador veterano. Djukic todavía no ha acertado a corregir esos desmanes intempestivos y fuera de lugar, con los que el presidente quería acabar. No parece que vaya a ser así. El VCF sigue siendo un equipo muy tarjeteado, y no precisamente por culpa de los árbitros.

En lo que sí parece persistir Djukic es en su fobia a Dani Parejo. Cuando no son las rotaciones, son las convicciones ¿manías? del entrenador, pero lo cierto es que el madrileño está siempre en el alambre que separa a los titulares de los suplentes. Y la menor excusa sirve para decantarlo hacia el banquillo.

Todo ello conduce a la afición, muy escarmentada, a no echar las campanas al vuelo. En Suiza, el VCF cumplió con su obligación, que era la de ganar. Y también el St. Gallen se atuvo a la suya y le plantó cara al gallito, que bordeó por momentos la chapuza. Ni Djukic ni su equipo son todavía fiables.