El papa culé Sandro I, de la familia de los Rossell, necesitaba mucho dinero para construir un estadio más grande, más moderno y que impresionara más a los rivales del Barça que el viejo Camp Nou, y necesitaba mucho más dinero para sostener a un equipo que tenía que competir con gigantes como el Madrid, el City o el Bayern. Entonces, Sandro I se acordó del papa León X, de la familia de los Médici, que cuando necesitó dinero para construir la Basílica de San Pedro se le ocurrió utilizar a monjes mendicantes como vendedores de indulgencias que viajaban ofreciendo a los fieles, por un precio, certificados papales que concedían el perdón de los pecados. Así, Sandro I obligó a sus jugadores a recorrer el mundo para jugar partidos amistosos con equipos más o menos exóticos, y a vender indulgencias en forma de autógrafos o fotos con los jugadores que garantizaban la fidelidad de los aficionados a la vez que aumentaba su fe. A los príncipes no les hacía mucha gracia que sus súbditos se rascaran el bolsillo para aumentar las riquezas del sumo pontífice de una religión deportiva, así que el papa Sandro I les ofreció participar en el negocio y les recordó que mientras los ciudadanos pensaran en el fútbol, no pensarían en otras cosas y no se preguntarían, por ejemplo, por qué los príncipes viven tan bien. Monjes como Tetzel, un dominico que dominaba el arte de la palabra justa en el momento adecuado, se convirtieron en grandes vendedores de indulgencias que aumentaron las riquezas de León X: «En cuanto el dinero suene en la cesta decía Tetzel el alma sube al cielo». Y las buenas gentes compraban indulgencias porque querían que sus almas subieran al cielo aunque fuera a costa de sus cuerpos pecadores. Como Tetzel, Messi también convence a las masas de que deben pagar una entrada para verle jugar y comprar una carísima camiseta oficial con su nombre en la espalda. Pero Messi no es un gran dominador de la palabra, así que habla con los pies y su lenguaje es el lenguaje del gol. Por eso están todos tan preocupados con lo que llaman «sequía goleadora» de Messi, porque si Messi no juega bien y, lo que es peor, no mete goles, es como si a un orador se le acabaran las palabras, como si un predicador perdiera la habilidad para construir metáforas, como si a un vendedor de aspiradoras se le agotara el encanto y la inspiración. Cuando le preguntaron a Martín Lutero, profesor de la universidad de Wittenberg, si las indulgencias que se vendían en nombre del papa León X tenían algún valor y el padre de la Reforma protestante contestó que no, la ruptura con Roma estaba cerca. En el momento en que Johan Cruyff se atreva a declarar que Messi no es intransferible y que las indulgencias futbolísticas no garantizan la salvación del alma porque un futbolista y un equipo sólo venden mientras meten goles y ganen partidos, en el momento en que Cruyff clave sus tesis en algún portal de internet como Lutero clavó las suyas en la puerta de la capilla del castillo de Wittenberg, en el momento en que Cruyff empiece a hablar de la cautividad babilónica del Barça, como Lutero habló de la cautividad babilónica de la Iglesia bajo el dominio del Papa de Roma, para referirse al tiempo en que el Barça ha estado dirigido por Sandro I, en ese momento empezarán las excomuniones. Cruyff fundará su propia iglesia, su mensaje se difundirá por China gracias a internet, como el mensaje de Lutero se difundió por Alemania gracias a la imprenta, y pronto asistiremos al nacimiento de un Barça chino que propondrá una religión culé sin purgatorio, sin adoración a la Virgen y a los santos, y sin los sacramentos de la confesión y la extremaunción. El centro de la liturgia culé ya no será el ritual celebrado en el Camp Nou, sino el sermón, la palabra. Y entonces Messi fichará por el Bayern de Guardiola y volverá a meter un montón de goles. Mierda.

Es todo muy raro, ¿no?