Coeter II es un pelotari criado a los pies del Monestir de La Valldigna que acarició la pelota de vaqueta por vez primera en el trinquet en el que se formó D. Terencio Miñana Andrés, el legendario Xiquet de Simat. Por eso tiene la izquierda que tiene. O sea, un pelotari de Simat no puede ser cualquiera. De allí es su hermano mayor y de Simat es Loripet. Somos muchos los que recordamos aquella final de El Zurdo del 89, una de las grandes en la historia de la modalidad. Un pelotari paisano de Terencio, criado a los pies de la palmera que vigilaba el trinquet, impregnado de los aromas del monasterio que mandó levantar Jaume II, ha de tener paciencia, serenidad, reflexión y buena izquierda. Ha de ser mitad monje y mitad soldado. Como ayer lo fue Coeter II, que salió a la cancha con la valentía propia de un veterano guerrero, experto en duras batallas y con la sabiduría acumulada en las largas horas de estudio monacal a los pies de las palmeras, en las mismas paredes que contemplaron la grandeza de Terencio.

Supo lo que debía hacer en cada momento, convencido de que siguiendo el guión, su superioridad se manifestaría frente al joven rival. Y así fue. El bueno de Paco - transmite bondad en su sonrisa y en sus apretones de manos - celebró la victoria con una explosión de emociones. Lo había hecho todo perfecto pues sólo en uno de sus golpes se equivocó. Había buscado la izquierda del rival en saques siempre bien dirigidos y sobre todo había transmitido la sensación de que aquí, en el trinquet, hay unas jerarquías y que para derribarlas hay que ser mejor en todos los terrenos.

Moncho confiaba en alargar la partida y vencer por agotamiento. Confiaba no en ganar él, sino en que el rival se cansara. Seguramente no es la mejor disposición antes de afrontar una dura batalla. Ocurrió que el primer juego lo ganó con facilidad Coeter, jugando con un poco de "coneiximent": buscar la debilitada izquierda de Moncho y lanzarse en busca del remate como gran "mitger" que es. Perdido ese primer juego Moncho fue acumulando presiones en el cerebro que le desconcentraron más de lo normal. Intentaba golpear con fuerza y confiar en su fortaleza física - es un verdadero atleta- pero con eso no es suficiente. Sólo pudo ganar un juego Moncho, cuando el rival ya había ganado cuatro.

Sin duda le pesó la presión de jugar su primera final. El de Manuel ganaría de calle al de Simat en una maratón pero no en el juego de pelota que requiere de resistencia física, sí, pero también de maestría: de usar la palma de izquierda al aire, de no fallar una volea clara en medio de la cancha, de ser mínimamente solvente en los rebotes y de usar el tiralíneas para buscar los puntos débiles del enemigo.

Son los mandamientos de la Ley del Trinquet que cumple el de Simat. Los cumple calladamente, humildemente, serenamente. Y ante un campeón de ese estilo hay que descubrirse. Y si un hombre bueno, abrazado a su hijo, rodeado de su familia suplica humildemente, en la lengua que ha mamado de las entrañas de su madre "que no es tanque Canal Nou" no puede haber digno sucesor del Rei En Jaume que no atienda la voz de un pueblo al que le pueden robar el pan pero no su sentir, su lengua , su ser.

Por eso, ayer en Piles se vivió una final hermosa, porque las gradas del trinquet se abarrotaron de valencianos que no dudaron en expresar su testimonio de admiración por un deporte que saben que es parte de la herencia dejada por los padres, los abuelos y los abuelos de los abuelos. Porque esos pueblos se sienten orgullosos de cantar "val i quinze" y de que una televisión que les habla como les habla su madre lo muestre al mundo entero.