«Solamente escuché a un niño que dijo: "¡Vamos, último, ánimo!". Estaba centrado en ponerme un ritmo y en fijarme por dónde tenía que ir». La mañana del 17 de noviembre fue inolvidable para Rubén Cerdá en muchos sentidos. Cumplió su objetivo: correr y acabar por primera vez un maratón. Pero antes sufrió una agonía que solo un corredor popular puede entender. «Salí temprano desde casa en dirección a Valencia, pero cuando estábamos a la altura de Canals, de repente, el coche se averió. Nos quedamos tirados en la cuneta mi esposa y yo».

Llamó a la grúa, aunque resignarse era casi imposible. «Sabía que iba a tardar. Daba por perdida la carrera después de tantos meses de preparación». La solución fue heterodoxa: llamó a unos amigos que estaban ya en Valencia «y les dije lo que pasaba para que no sonara a excusa. Uno de ellos reaccionó como solo un amigo puede hacerlo: "Dime dónde estás y voy a por ti"». Fue un viaje de película, coqueteando con las infracciones y los radares. «Ya puestos, se lo dije muy claro: que se saltara los semáforos, que la multa la pagaba yo». En el interior del coche se cambió y se puso el dorsal. Llegaron a Valencia, a la salida «y, claro, allí estaba ya todo desmontado. Estaba desolado, pero tomé la decisión: me puse a correr y si no me dejan, que me paren. Puse el reloj en marcha en el arco de salida. Ya no había alfombrilla de cronometraje... y adelante».

¿Cómo afrontar una carrera lleno de adrenalina, tensionado y ya con los primeros coches apareciendo en el asfalto? «Y no solo eso: sin saber bien por dónde era el camino. Cogí la línea azul, pero hubo un momento en que se bifurcaba y no sabía por dónde ir. Me ayudaron y seguí».

Su objetivo era encontrar la cola de la carrera. «Lo tenía muy claro: si la pasaba, estaba dentro de carrera». Lo consiguió en el kilómetro siete.

A partir de ahí empezaría la remontada, pero con un nuevo problema: «sabía que estaba yendo a un ritmo por encima del que me había marcado. Adelanté a los prácticos de cinco horas, los de cuatro y media... yo quería acabar la prueba en cuatro horas, pero entendí que había que bajar el ritmo».

Un maratón acelerado y sin calentar se tiene que pagar tarde o temprano «pero sufrí menos de lo que imaginaba. Es verdad que, a partir del kilómetro 30 empecé a sufrir algún calambre, pero me dije a mímismo que no podía abandonar con lo que me había pasado. En el kilómetro 40, cuando ves al fondo la Ciudad de las Artes te da el subidón para afrontar el tramo final».

Aún tendría que pasar una calamidad. «Faltaban apenas doscientos metros para llegar a la pasarela y, de repente, se me contrajeron todos los dedos de los pies. Me dije: "esto no puede estar pasándome". Pero estaba demasiado cerca. Sabía que iba a llegar». Nunca podrá pagar «el ánimo de la gente todo el recorrido. Te llevaban en volandas».

Su marca final fue de 4 horas, 25 minutos y 21 segundos. Al no haber pasado por la alfombrilla de salida, el tiempo real es el mismo que el oficial. El puesto en la meta fue el 8.297. Le dio tiempo a adelantar a 1.436 corredores.

Aunque no todo iba a ser bueno: «el coche está muerto. Me tengo que comprar uno nuevo».