La capacidad de enredo es infinita en el Valencia. Cuando se esperaban la palabras de Rufete para apaciguar el panorama deportivo y ofrecer soluciones provisionales, va y genera otro lío de campeonato. Mientras el presidente sentenciaba a Djukic, el nuevo jefe del equipo técnico pedía tiempo para emitir un diagnóstico. ¿Quién da más? Era evidente que Rufete iba a ser el sustituto de Braulio desde que se instaló en Paterna, sin embargo, en vez de aprovechar todo ese tiempo para aportar su ciencia futbolística sólo ha tramado la operación de derribo de Djukic. Que no es otra que rodear al preparador serbio de técnicos del club para provocar su dimisión. Inaceptable para cualquier entrenador que se precie, y que pensaba que Djukic nunca toleraría. Pero ahí está todavía con el cargo. Le está bien empleado, porque ha sido uno de los que no sólo ha callado las tropelías que se han hecho con una buena plantilla, sino que ha sido el cómplice necesario. Por eso cuando le contaron ayer que Salvo dijo que casi no lo conocía, se hundió.

La realidad es otra. Salvo cuando aún no era presidente del Valencia acudió a Madrid para entrevistarse con Djukic. Allí le convenció que era la piedra angular de su proyecto, aunque en Valencia repetía que Valverde seguiría. Pero el mundo del fútbol es muy pequeño y acepta mal a los novatos. Así que cuando el actual técnico del Athletic se enteró que Salvo cortejaba a Djukic se fue. Y ahí empezó la concatenación de errores deportivos. Se pasaron por el arco de triunfo el historial de Albelda, con el beneplácito de Braulio. Se desprestigió a Soldado y se utilizó en vano el nombre de la perla de la cantera, Pedro Chirivella. Por cierto, Rufete debería de saber que Chirivella está a punto de debutar con el Liverpool y entrena habitualmente con el primer equipo. Djukic permitió todo, incluso darle el mando a un futbolista tan limitado como Ricardo Costa, a cambio de su sueño de ocupar el banquillo de Mestalla. Pero si ahora también calla, habrá dilapidado su carrera como entrenador. Estar verde para un equipo grande es reversible, ser el protagonista principal de la destrucción de un equipo del prestigio de Valencia lleva una condena que atraviesa fronteras.