Imagino el lío que Rufete y compañía han generado en una plantilla con mucha tendencia al ataque de nervios. El club una vez más ha hecho lo posible para cargarse la tranquilidad necesaria para disputar mañana un partido europeo. Unos jugadores ya de por si dispersos, que son capaces de publicitar que no entienden lo que les pide Djukic para jugar, y que se habían acostumbrado con sorna a las peroratas de Salvo en los hoteles y vestuario, asistieron ayer a otro triple salto mortal. Vieron perplejos como irrumpía el nuevo mandamás en el entrenamiento con todo su equipo. Pese a las palabras amables de Rufete, cuando salieron al campo vieron como les grababan los ejercicios, les observaban como chutaban e incluso les daban consejos. Todo ante el silencio de un técnico con pie y medio en la calle. Aunque esos futbolistas se quedan sin defensa cada vez que saltan al césped, es evidente que muy mal se están haciendo las cosas para ofrecerles una cierta seriedad. A muchos de ellos le da igual, pero la actual imagen de descontrol que transmite el Valencia nada tiene que ver con lo que nos vende el presidente. Los jugadores cruzan apuestas a ver quién hará la alineación ante el Swansea, si Djukic o Rufete. Los más atrevidos incluso dicen que el manager general dará la charla en la garita. Esta verbena futbolística recuerda esas épocas donde el club pagó muy caro el descuido del equipo.

Esperaba, iluso que es uno, que al menos Djukic fuera lo suficientemente honesto para marcharse. Pero ha preferido aguantar hasta la destitución para cobrar toda la indemnización. Así que por favor, que nadie más use en vano el supuesto valencianismo del preparador serbio. Se comporta como cualquier trabajador que defiende sus intereses, aunque deje mucho que desear en el aspecto profesional. Lo más peligroso, en cambio, sigue siendo la incapacidad para ofrecer soluciones serias y solventes a la grave crisis deportiva.

Hoy el avión que lleva al Valencia a Gales estará dividido en cuatro grupos irreconciliables. Los jugadores con su guasa por dentro, el cuerpo técnico de Djukic con su indisimulado enfado, Rufete con su misión de controlar cualquier movimiento y los responsables del club programando otra vez la gripada máquina del humo. Sesión continua de disparate.