Hace un año, Alberto Fabra decidió intervenir el Valencia. Enfadado por el embargo de Bankia de 4'2 millones al Consell, por el impago del crédito de la Fundación VCF, el presidente de la Generalitat castigó a Llorente y Piles, maniobrando para echarlos y poner a los suyos. El balance doce meses después es de cuerpo a tierra. El club con un enorme cartel de «se vende» en el paseo de la Castellana de Madrid; un presidente aferrado al sillón porque está encantado de conocerse; medio PP luchando con el otro medio para conquistar Mestalla como trofeo electoral; el equipo en tierra de nadie en la clasificación; el filial tonteando con el descenso de Tercera y el valencianismo superado de hartazgo sin ganas de renovarse más el abono. Tampoco estará el nuevo estadio terminado para mayo del año que viene, tal como prometió Cristóbal Grau a Rita Barberá. «Rita Barberá puso a mi hijo y lo tiene que mantener», sostiene desde hace meses el padre del presidente blanquinegro. Bastante retratados Aurelio Martínez y Amadeo Salvo, Fabra no sabe que hacer. Para eso está Alfonso Rus, que para terminar de arreglarlo propugna presidir un consejo de administración de unidad nacional (con perdón), donde esté a su vera Joan Ignasi Pla y alguien de Compromís que no sea Mónica Oltra, aunque ella sea la más valencianista de todos. Un tripartito con Rus de líder serviría para cualquier gobierno anticrisis, pero imposible para el proceso actual, que busca un inversor serio y con dinero. Visto lo visto, cualquier empresario del mundo alejaría de la gestión de la primera entidad cívica de los valencianos a cualquier político autóctono. A no ser que Fabra haya cambiado de opinión y esté ahora contra la venta del Valencia y dispuesto a nacionalizar aún más el equipo, para colocar allí a todos los altos cargos de confianza, aunque sean del Real Madrid, Barcelona, la Ponferradina o el Huracán. Con Zaplana y Camps, esto nunca hubiera pasado. Ambos no consintieron jugar con el club, sabían lo trasquilados que saldrían del envite, aunque ambos estuvieron controlando a los gestores de Mestalla, para que siguieran el mismo camino del Palau, no como ahora. El despropósito es un Valencia presidido por alguien promocionado por Fabra y Rita, sublevado contra las instituciones.